Autor teatral

Hay nombres que pertenecen a hombres que a veces nos resultan cansinos de tan voceados y de haberles cargado tanto tiempo en tan cansina vida. Pero no por ello se les deja de admirar, aunque hayas aprendido su vida y obra tan repetidas veces. Es lo que a mí me ha pasado con Calderón, Cervantes y su Quijote y cien más insignes escritores, incluido, claro está, el Fénix de los ingenios , Lope de Vega y Carpio. Tan es así la tostada, que yo lo llamo --siempre en la intimidad-- Félix, o Felixito... o Lix cuando lo sueño glamuroso.

Digo lo de haber apechugado con él, porque desde mi más tierna infancia, hasta esta madurez explosiva y un tanto pringada por el Prestige , nunca he podido deshacerme de él del todo. En el colegio, en la facultad, he asistido impertérrito a la vida y obra de Félix, Felixito o Lix, como prefieran.

Me sé de sus mujeres todo: amantes, concubinas, consentidas. Su juego natural para amarlas, su concupiscencia, su vicio por todo aquello que llevara enaguas y dos hermosas tetas. El morro de Lix, que bravucón él, no consentía un no por respuesta: el consentimiento o el secuestro, cargada la fémina como un saco de patatas. Luego su madurez y final, sus destierros y la caída del caballo como Paulo, y a la vejez viruelas, su ordenación como sacerdote.

Hago toda esta semblanza de Félix, Felixito o Lix, porque su glorioso nombre de letra, hoy me trae aires nuevos; aires de un teatro que no es suyo, pero que va envuelto en un aroma como del arte nuevo de hacer comedias : el teatro de Miguel Murillo, que este año se ha hecho con el premio Lope de Vega con Armengol . Y se lo merece Murillo, pero sobre todo sus textos, muchas veces huérfanos de un premio que los reconociera.

Miguel es hombre de farándula --incluida la valenciana-- que asesina la lengua, pero sólo para extirparle el mejor jugo, las vísceras de unos personajes que tienen tanta vida, y con buena o mala leche, que se les queda pequeño el escenario ante tanta vitalidad.

El teatro de Miguel es el plagio de la vida de Murillo, intenso en su formación intelectual, frívola en la forma de tomarse las cosas no demasiado en serio, sino con el justo escepticismo para plasmar una realidad que no le corroa.

Miguel te atrapa en sus textos, como te secuestra con la palabra incesante e ingeniosa, haciendo de cada anécdota una escena luminosa, y la carcajada del que escucha es puro artificio, porque detrás de todo queda la indulgencia y el generoso corazón de este teatrero.

Con Perfume de Mimosas abrió de una vez y para siempre otro teatro extremeño: la flor amarilla y el hermoso cuerpo desnudo de Leandro Rey, vencido en una guerra de la memoria. Su Eterna Dona o Las Maestras , bellísimo texto, que disimula en su ternura la enorme carga social. Con Armengol escribe una bella historia de amor --los amantes vencidos-- y un retrato sepioso de un personaje que no pudo imaginarlo aquel Badajoz de entonces.

Miguel es generosidad en esta vida y eso se le nota en su teatro. Cuando escribimos Las Parcas --él no lo sabe-- yo me convertí en sabandija para chuparle y aprenderle arte. Y a fe mía que lo conseguí.

Hoy Lope de Vega es más grande, si cabe, porque le prestó su nombre y envoltura a un hermoso texto que se llama Armengol .

Felicidades.