No resulta impropio, aunque sí difícil, en estos tiempos tan poco proclives a lo espiritual acordarse de Jorge Manrique, al que Machado levantara un altar. Por eso, insisto en que mis alumnos de primero de Bachillerato se entusiasmen con las coplas, probablemente porque un número no despreciable de ellos no volverán a leerlas y también porque un sistema absurdo les ha permitido superar la ESO apenas sin conocerle. Bastantes muchachos creen que no sirve para nada estudiar autores requetemuertos, lo mismo que se les atasca la Historia tan llena de datos, acontecimientos y nombres olvidables. Y un sistema docente que ha privilegiado lo fácil frente a lo justo, lo superficial frente a lo profundo, que ha renunciado a premiar el esfuerzo y que ha primado lo pragmático a corto plazo sobre la formación integral con visión de futuro, les permite seguir su camino a la universidad con lagunas tan profundas que resulta imposible para los profesores llenarlas. Pues la sequía intelectual es mucho más letal que la que amenaza a nuestra España.

Y no. Manrique no está pasado de moda ni mucho menos, pues sigue la vida yéndose aprisa como sueño. Y sigue la gente del primer mundo dejándose dinero y afanes en intentar mantener la apariencia de juventud con potingues inofensivos o peligrosos, con cirugías a veces milagrosas a veces deformantes e incluso a tortazo limpio, como esa nueva técnica a mil dólares el tratamiento mensual que revitaliza la epidermis para seis meses a base de sopapos estratégicamente propinados. Y si no me creen, visiten Face Slapping International donde podrán recibir ese amoroso cuidado.

Mucho ha cambiado la estética desde que Cleopatra utilizó la leche de burra. Ahora se usa la inocua pero asquerosa baba de caracol, la dolorosa picadura de abeja, el veneno de serpiente o el espantoso Vampire Lift, que rejuvenece al extraer, centrifugar e inyectar, la sangre del paciente.

Y a una le da por pensar, como Manrique, lo que mejoraría el mundo si fuéramos mujeres y hombres capaces de tales sacrificios para embellecer lo que es. No lo que aparenta.