Nadie duda de que las relaciones entre vecinos deben ser lo más cordiales posible, sobre todo cuando se trata de países y por parte del país anfitrión que recibe la visita oficial del jefe del Ejecutivo de un país amigo. Pero la teoría, en el caso de nuestro vecino del sur, hay que demostrarla con los hechos y éstos no son del todo amistosos.

Las relaciones de vecindad con el país magrebí dan la sensación de ser, por un lado, las características del amigo molesto que no desaprovecha la ocasión de sacar a relucir cuestiones, reivindicaciones y exigencias que tendrían que estar totalmente olvidadas y, por otro, la inoportunidad de plantearlas en cualquier visita que los representantes españoles realizan a Marruecos. Tampoco dejan pasar nunca la ocasión para despacharse a su gusto cuando los políticos marroquíes se manifiestan ante la audiencia de las televisiones públicas marroquíes dentro de ese clima de amistad que dicen que se enmarcan las relaciones entre los dos países.

Es necesario recordar la visita de los Reyes a las ciudades de Ceuta y Melilla que son tan españolas como cualquier ciudad del territorio nacional, que les causó tanto malestar que produjo la llamada inmediata a consultas del embajador marroquí en Madrid, con las connotaciones que ello supone.

La reciente visita del presidente Rodríguez Zapatero tuvo, según la prensa, la bienvenida con una única y pequeña bandera nacional colocada en sentido invertido entre centenares de enseñas marroquíes. ¿Es el tratamiento adecuado que se merece España? ¿De esta forma se califican las profundas y sólidas relaciones hispano marroquíes?

Podemos suponer que para la anunciada visita de los representantes marroquíes a la próxima reunión de alto nivel a celebrar en Madrid, nuestro país muestre su categoría y engalane las calles con enseñas representativas de los dos países para que se encuentre a gusto el vecino del sur.

Antonio Medina Díaz **

Badajoz