Procesionaria, lo bonito es el nombre. En hilera, a su aire, en procesión. ¿Qué fue primero el hombre o la oruga? Ambos dos con el sufrimiento a cuestas. Oruga, promesa incierta de primavera y mariposa. Se las ve en los pinos, en sus bolsones de nieve y caramelo, en la dulzura calma de su vida peregrina. Las orugas, estos días, andan a lo suyo, metidas en pregones de semana santa. Pero no a todos los humanos les gustan las mariposas ni los pregones. Así que las orugas, por si las pisan o se las comen, muerden. Muerden raro, pero muerden. Muerden a los oliscones de todas las especies; perros, gatos y niños descarriados,… Las orugas, en su orden marcial y semanasantero, cargan su propia cruz: dermatitis, urticarias, alergias y lo que no se cuenta. Tan gorditas, tan en paz y, sin embargo, es evidente, incordian.

Hacen bien las buenas gentes de Cáceres en pedir la urgente intervención de sus munícipes. ¡Allá van los operarios de Parques y Jardines, enlutados en sus uniformes de colores! Serios como el Sacamantecas en día de curro. Según leo, las brigadillas del Ayuntamiento de Cáceres han repartido ponzoña a diestro y siniestro. Veneno, fósforo, napalm,… Ellos, los de Parques y Jardines, le llaman ecológico al brebaje, ellas, las orugas, como no hablan, no sabemos cómo le llaman. Embadurnados los pinos, los cedros y los abetos; de la Comisaría al Paseo Alto, de la Zambomba al parque del Príncipe pasando por Saigón. Embadurnados de esa mandanga diabólica que es capaz de averiar las entendederas de tan míseras orugas, de meterlas en hambruna, y dejarlas morir de inanición. Hilan fino en el ayuntamiento; bacillus thuringiensis, se llama la bacteria que tanto estraga a la gusanada. ¿Qué pensará de todo esto, en su humildad de bacteria, el muy modesto bacillus thuringiensis? Lo único cierto es que él también ha de morir. Por bien muertas las doy a los dos, a la bacteria y al lepidóptero, haya o no mariposas por primavera. Todo sea por el niño, el perro y la cometa. Pero, por dentro, algo me dice que siete días para morir de hambre son muchos días de calvario,… por muy gusano que uno sea.

En España se abandonan cada año miles de perros. ¿Nos echarán cuentas? ¿Recuerdan las canalladas? Y las orugas en particular, ¿qué recordarán de todo esto? La etología asegura, ya es asegurar, que los animales aprenden, quieren y recuerdan. ¿Qué pensarán las orugas durante esos largos siete días de agonía? Viles orugas, abyectos gusanos de todos nuestros parques, lleváis puesta la última camisa. ¿Recordarán dentro de siete días los pinos que les habitó la procesionaria?

Lo que no estaría del todo mal es que yo pudiera quitarme el hambre a lingotazos de bacilo. No me vendrían mal un par de días de purificador ayuno. Al menos una tarde sin merienda. Al menos, sencillamente, algo menos,... Sin excesos, sin caer en el desfallecimiento ni en el fallecimiento. No sería malo. Estoy por llamar al Ayuntamiento de Cáceres y encargarles una ración del bebistrajo de marras. A las orugas, tan gorditas ellas, no les han preguntado. Era su destino morir por adelantado sin llanto ni cortejo fúnebre. Se les acabó la procesión por este año. Jueguen los perros sin peligro y, a su lado, los niños. Mientras, aquí quedo yo, ajeno a todo ayuno. Modestísimas abstinencias las mías. Ay,… si pudiéramos encontrar para el yantar la sana morigeración de las costumbres. Es curioso, los animales, que nada saben de valores morales, que nada entienden del bien ni del mal, no practican ni la tortura, ni el genocidio. Genocidio por hambre. El simpático genocidio de las mariposas que ya no han de volar. Matarile de orugas.