Los últimos datos que han sido facilitados por la Organización Meteorológica Mundial, organismo dependiente de la Orrganización de Naciones Unidas, no parecen dejar margen de error. No solo por la cantidad de ejemplos ya conocidos por todos, sino por la predicción de un futuro que puede llegar a resultar aún más intenso en cuanto a catástrofes naturales y a distorsiones climáticas en el planeta. Incluso los más escépticos han de dar crédito al cúmulo de tifones, inundaciones, temperaturas desorbitadas, monzones más virulentos que nunca: una infinidad de anomalías, por llamarlas de algún modo, que argumentan lo que muchos expertos llevan ya tiempo anunciando.

Que el previsible cambio climático, el calentamiento del planeta y las consecuencias en cadena que tal fenómeno supone no son asunto, ni mucho menos, baladí y, ni mucho menos, de ciencia ficción.

Es verdad que, ante el problema que puede llegar a producirse, lo más sensato es adoptar una actitud que no sea vista como una declaración de congoja; que no sea percibido este asunto de relevancia planetaria como un camino sin retorno en el que ya no es posible una marcha atrás, una rectificación, una toma de conciencia global. Las instituciones de ámbito internacional, los gobiernos, las organizaciones no gubernamentales, harán bien en no asustar al ciudadano con un futuro apocalíptico.

En principio, harán bien en no dibujar un panorama de desolación inevitable. Pero, al mismo tiempo que se hacen esta reflexión, si se toman predicciones estrictamente científicas en la mano, es positivo y necesario que todos hagamos una evaluación de hasta dónde puede llegar el progreso en nuestra sociedad, hasta dónde es permisible y sostenible la carrera por un mundo técnicamente sofisticado y con los pies hundidos en el barro de la inquietud meteorológica, de una naturaleza que parece responder con hachazos cada vez más elocuentes a nuestro descontrol.

Los accidentes naturales, las catástrofes ambientales, son, por definición, imprevisibles. Pero estamos cada día más preparados para intuirlos o monitorizarlos y, sobre todo, para intentar paliarlos.

Antes de que se produzcan, con medidas profilácticas de largo alcance y de implicación mundial; y después de que hayan ocurrido, con un aumento sensible de la solidaridad, con el aval y la dedicación de los estados, que deben presupuestar lo impredecible para proteger la vida y el futuro de los afectados.

Ya no es ninguna broma las consecuencias que pueden derivarse del cambio climático. La calma y la seriedad deben imponerse a la hora de plantearse como abordar este asunto, pero al mismo tiempo para salvaguardar el mañana de nuestros hijos.