Los precios han caído seis décimas en España en este mes de mayo que está a punto de terminar, según el índice armonizado de los países de la zona euro, conocido ayer. De esta forma, la variación interanual (de mayo del 2008 a mayo del 2009) arroja un balance de -0,8%. Se trata del tercer mes consecutivo en que se registra una reducción interanual de los precios, una situación inédita desde que en 1997 se implantó este control a escala europea. Si, como se prevé, el IPC oficial confirma próximamente el descenso, será la primera vez en 47 años que en España se encadenan tres meses de abaratamiento de los productos básicos.

El interrogante inmediato que se abre a ojos del ciudadano con estos datos tan novedosos en nuestra reciente historia económica es si son buenos o malos. La respuesta es ambivalente, puesto que son buenos y malos a la vez. En el día a día inmediato, que el coste medio de los productos y servicios se abarate es positivo para las economías familiares, flageladas por el desempleo rampante y la consiguiente merma de ingresos. En este sentido, todo lo que signifique un alivio del gasto es bueno. Pero si este decrecimiento de los precios se prolongase, y, sobre todo, si alcanzase a muchos productos básicos, la economía entraría en deflación, una posibilidad que todos los expertos coinciden en que debe evitarse a toda costa. En una espiral de descenso continuado de los precios, el consumo se retrae aún más, a la espera de que el mes que viene un bien que se prevé comprar sea más barato que hoy, y el resultado es que termina no comprándose si no estrictamente necesario. En consecuencia, los efectos en la producción y el empleo son nefastos. Es lo que, en la práctica, está ocurriendo en el sector inmobiliario y, de alguna forma, lo que ha sucedido en la automoción hasta los planes públicos de ayuda.

El Gobierno y los expertos aseguran que el riesgo de deflación es casi nulo porque la situación actual es debida básicamente a la caída del coste de los alimentos frescos y, sobre todo, del petróleo, que inició un descenso en agosto del 2008. Descontados estos productos, añaden, habría inflación. Dado que se calcula que los precios de los carburantes volverán en verano a los niveles anteriores (ayer subió el petróleo después de que la OPEP decidiera no aumentar la producción), la hipótesis más creíble es que la situación de precios por debajo de cero no se mantendrá mucho más allá del verano. Si la inflación recupera en otoño los índices habituales de los últimos años, la mejor noticia sería que esa normalización fuera también un reflejo de la mejora de la situación económica, y del empleo en primer lugar.