Estos días viene publicado en la prensa la crítica y censura que desde el Vaticano se hace a los tres párrocos de la parroquia San Carlos Borromeo, (Vallecas). Por, según ellos, su falta de respeto y rigor a la hora de celebrar las mismas, haciéndolo con atuendo de calle y las Sagradas Formas son sustituidas por pequeños bolos hechos por aquellos que asisten a las celebraciones.

Respeto a todos aquellos que al igual que yo nos consideramos católicos y también entiendo que dentro de nuestra religión exista una parte dedicada al ritual pero reconozco que la jerarquía eclesiástica se aleja del pueblo llano y sus problemas.

Creo que la labor de Enrique, José y Javier en un barrio humilde, y con muchísimos problemas, es encomiable y permítanme pensar que si Cristo viviese pasaría por alto el problema de la liturgia y se congratularía viendo como ayudan en esa pequeña parroquia a todo aquel que llama a su puerta.

Les han llamado rojos, progresistas, revolucionarios, pero es mucho más sencillo que todo eso, son el aire fresco que penetra por las frías y herméticas paredes de los estamentos eclesiásticos. Son el eslabón en este primer mundo de aquellos misioneros que también desafiando la disciplina de Roma se juegan la vida día a día por salvar esas pequeñas almas en el Tercer Mundo.

¿Se ha parado el Vaticano a pensar cuántas vidas han salvado los misionero católicos que por el mundo hay, saltándose la negativa a explicar el uso y utilización del preservativo, evitando una muerte cruel como el sida?

Ellos, sí están con los pies en la tierra, también lo están todas aquellas monjas y seglares que se dedican a atender a los necesitados, enfermos.

En nuestra religión cabemos todos, pero haría bien la jerarquía eclesiástica en darles más importancia en acercarse al pueblo y sus problemas y menos a la liturgia.

José María Tovar **

Cáceres