TLtas voces críticas y tibias, como la del propio Gobierno, con el manifiesto en defensa del idioma español puesto en marcha por un grupo de intelectuales, se refugian en la negación de una realidad y en la interpretación mentirosa del propio manifiesto. La realidad que se niega sistemáticamente es que exista el más mínimo problema para la utilización habitual del español en cualquier parte del Estado. Rebatir esta falsedad resulta ya tedioso porque cada día hay más y más pruebas de que demuestran todo lo contrario; especialmente sangrante resultó aquel despido con vuelta atrás de Cristina Peri Rossi y últimamente el cierre de una emisora en Cataluña para emigrantes extremeños. Pero eso es algo tan evidente, que negarlo no hace sino abundar aun más de ridículo.

Más grave me parece que la vicepresidenta del Gobierno afirme sobre el manifiesto que el idioma español no está en peligro. Faltaría más. O no ha entendido nada o no lo ha querido entender. No seré yo quien interprete el ánimo --creo que meridianamente claro-- de lo que se pretende en dicho manifiesto. Pero como soy abajofirmante del mismo vía correo electrónico, si creo que debo expresar las razones que me han llevado a adherirme.

¿A qué mente privilegiada se le ocurre pensar que los impulsores del manifiesto --de un prestigio intelectual de sobra reconocido-- van a creer que está en peligro el español? ¿De verdad alguien saca esa conclusión honradamente de lo que se expone en el manifiesto? ¿De verdad alguien piensa que estos señores y señoras temen que por culpa del tripartito catalán o el no-sé-cuántospartito balear se tambalee nada menos que un idioma que hablan cintos de millones en este planeta?

Si yo me he adherido al manifiesto no ha sido para defender el español que lleva defendiéndose solo desde hace siglos; me adhiero por el presente y el futuro de unas generaciones a las que, por decreto, se trata de empobrecer brutalmente y, encima, blandiendo la bandera de la protección a la cultura propia. Me adhiero porque si yo viviera en Cataluña --como de hecho viví de niño un par de años-- exigiría que mis hijos fueran educados en español y tuvieran, además, una clase de catalán, pero no justo lo contrario y en el mejor de los casos. Y que quede claro que mucho antes del nacionalismo españolista del que se me acusará inmediatamente, está en primer lugar la lógica, el pragmatismo, la historia común y por encima de todo mi libertad para decidir cómo quiero que se eduquen mis hijos, bajo qué parámetros culturales y en qué idioma.

Si es que tener que acudir a los tribunales o elaborar un manifiesto para defender estas cosas, clama al cielo y a un Gobierno que ni dice sí, ni dice no, ni todo lo contrario: dice que el español no está en peligro. Pues nada, que respiren tranquilos el autor de Mío Cid y Berceo y Manrique y Cervantes y Quevedo y Lope y todos los que les siguieron hasta Cela , Vargas Llosa, el Gabo, Borges, Cortazar ... yo qué sé. Si Pla levantara la cabeza y viera todo esto estoy seguro que se calaría la boina socarronamente, pediría un pluma y preguntaría dónde hay que firmar.