TEtl presidente de la Generalitat utiliza la admonición como fórmula de expresión política con una cadencia cíclica de novena religiosa. Hace unos meses alertó urbi et orbi del riesgo de desafección de Cataluña hacia España. Naturalmente no hacía mención a que esa desafección fuera inducida, en parte, por él mismo, como un instrumento de presión para conseguir los objetivos que él considera innegociables.

Ahora vuelve a advertir de las consecuencias de que no se satisfagan sus pretensiones en financiación y afirma que "España no puede permitirse que Cataluña no salga adelante (...). No existe ningún cálculo político con futuro en España, a costa, en contra o sin Cataluña". Naturalmente el único árbitro para adjudicar responsabilidades es él mismo como representante único de los catalanes: un pueblo, una nación, una voluntad... ¿No suena al más viejo de los nacionalismos?

La deriva de la dirección del PSC es imparable porque los mecanismos de asunción de posiciones nacionalistas no tienen otra vuelta atrás que el abandono del electorado. Y esa circunstancia todavía no se ha producido. Lo que empezó como un acercamiento estratégico al tripartito para sacar a CiU de la Generalitat ha derivado en una reconversión ideológica en la que el eje de la solidaridad se ha sustituido por el del nacionalismo. Donde más evidente es esta mutación ideológica es en la consideración de la sentencia pendiente del Tribunal Constitucional.

Si determina algún tipo de inconstitucionalidad en el estatuto de autonomía, la respuesta política, en aviso de Montilla , será un frente unido catalán sin rebajar un ápice el contenido del Estatut. ¿Para qué sirve el Tribunal Constitucional en las convicciones de Montilla? Sólo para darle la razón. Hasta ahora, en España, estos planteamientos eran impensables en un partido de la tradición constitucional del PSOE y del PSC; de repente, el nacionalismo subyacente en las posiciones de José Montilla le llevan a negar el papel que la Constitución le confiere al Tribunal Constitucional. Primer asalto a la concepción democrática del Estado, al concepto de soberanía única, a la capacidad de arbitrio del Tribunal y, en definitiva, a la Constitución.

España no tiene futuro sin Cataluña. Cierto. ¿Y Cataluña sin España? Es curioso comprobar cómo el mundo se está cayendo, los obreros salen hacia el parto y José Montilla, acaba de descubrir que siendo nacionalista se siente más confortado.