Escritor

Es el arte de ir muriendo lentamente. Días atrás estuve a unos pasos de la muerte, y con la cara ensangrentada, y una herida de la que manaba un chorro de sangre, sentí que moría lentamente envuelto en la voluptuosidad de la muerte cercana. Al abrirse tu cuerpo y manar la sangre, la presión sanguínea baja de forma tan rápida, que eso se traduce en placer. Es el caso de Aznar, que muere también dulcemente, y la propia dulcedumbre que le produce su desaparición de este mundo, le impide cerrar el boquete por donde pierde la vida. En esta extinción acuden de toda España muertos de todas las latitudes, unos más muertos que otros, que le ayudan en ese placer indefinible que han encontrado de echarle la culpa a Zapatero de todo cuanto ha ocurrido, que no tienen del todo claro, cuando hace tres días que las viejas corrían detrás de él a besarlo.

En esta muerte tan dulce, algunos todavía no las tienen todas consigo y actúan con la prepotencia que les daba el descubrimiento del GAL, y asisten a ruedas de prensa donde esgrimen el caso Filesa en un acto reflejo que les acerca todavía más a la tumba.

La pérdida de la estabilidad emocional llega a términos tan delirantes como la aparición del abogado Sánchez de León, que tiene consustanciales rasgos de volver al lugar donde mueren los mamíferos. Entre tanto, el PP es una orgía de tocados de la muerte que hacen el mejor ballet de España, mientras pervierten constantemente el lenguaje. El niño que mandan a CNN Plus tiene los pelitos ensortijados, se llama Moragas y es de las mejores familias de Barcelona. Su automoribundia es ni siquiera saber que es un hijo del franquismo, como los somos los que nos quedamos. Este niño, que es nada menos que secretario de Relaciones Internacionales, no sabe que la guerra de Rumsfeld es un tremendo fracaso, pero el moribundo muere de placer sobre todo.