Querría haber escrito hoy una columna humorística, de esas que te dejan con la sonrisa abierta, plena, no con una media mueca de circunstancias.

Querría haberme reído de la fallida operación bikini, del traje de neopreno como solución, de la dieta del jarabe, del sirope de arce, de la alcachofa, o de esas plantillas adelgazantes, modelo del timo, cuyas instrucciones traen en letra pequeñísima la advertencia de que solo funcionan si la persona camina más de diez kilómetros al día.

También me hubiera gustado hablar de lo mucho que se nos va la pinza con las graduaciones, o con las comuniones, confirmaciones o bodas temáticas. A lo mejor es que ya se nos va la pinza con todo y hemos entrado en bucle.

O de la moción de censura y la importancia de guardar las formas.

Escribir, por ejemplo, sobre el inaguantable gesto de Monedero, con esa prepotencia inmadura de delegado de clase que ha conseguido cambiar la fecha de un examen.

O sobre el asombro que me causan los comentarios ante el hecho de que Pedro Sánchez haya jurado su cargo sin crucifijo, como si no fuera lo normal en un país no confesional como el nuestro.

O la esperanza de que las cosas puedan ser diferentes, pero también el miedo a cómo se devolverán los favores.

Qué pasará con nosotros, los que no tenemos nada que negociar, y mucho que perder. Si subirán las pensiones. Si se devolverá el dinero robado. Si volveremos a sufrir otra ley de educación, y si eliminarán todos los recortes y las privatizaciones.

Pero en medio, como siempre, se cuela la realidad, dueña y señora de la ficción, aclarándolo todo. Porque los emigrantes siguen intentando llegar. Y muchos mueren en el intento. Ancianos, niños, mujeres embarazadas.

Y los titulares golpean como un puño en la boca del estómago, justo ahí, cuando lees las declaraciones de V. Morello, un médico que ha visto morir de hambre entre sus brazos a uno de esos emigrantes, un joven eritreo de veinticuatro años.

De hambre. En el siglo XXI. De hambre, repite tu lengua, incapaz de encontrar una sola palabra. Y entonces, respiras hondo, vuelves a mirar a tu alrededor, y, ante esa noticia, todo lo demás es nada.