Nuestra vida se compone, en parte, de sueños. Desde niños soñamos en el mañana y nuestros pasos en la vida se encaminan a la consecución de esas ilusiones. La noche del pasado miércoles, la escritora 7Ana María Matute habrá dormido inmensamente feliz, porque uno de sus anhelos se ha realizado. Me pregunto: ¿por qué los responsables de otorgar los galardones tienen que esperar a que la persona premiada esté ya casi sin fuerzas para recibirlos?

En una vida tan larga --85 años fecundos-- Ana María Matute habrá parido sonrisas, sufrido angustias, decepciones, aguantado desprecios, rechazos en sus comienzos, habrá interiorizado miedos, luchado contra la prisa o incomprensión de los editores, vivido la incertidumbre del miedo al fracaso ante el alumbramiento de un nuevo libro, habrá tenido que luchar muchas veces por salir del laberinto de trampas que le hayan tendido, soportado la zancadilla de los de su gremio, experimentado el ninguneo por el hecho de ser mujer.

Siempre preocupada por la infancia y la injusticia, en ella perviven la anciana y la niña, ambas eternamente vivas, plenas de imaginación y fantasía, para deleite de sus lectores. Toda su vida nos ha enseñado a saborear la palabra escrita como si fuera el más exquisito caramelo y hemos visto su satisfactoria sonrisa al enterarse de que, al fin, le han concedido el premio Cervantes, el mayor galardón de las Letras hispánicas.

Seguro que sonreirá desde su sillón K de la Real Academia Española. Porque ella, cual paciente Penélope, ha vencido todas las contrariedades, ha encajado las derrotas que año tras año sufría su nombre propuesto para el Cervantes, ha sabido asimilar los éxitos, y habrá abierto La puerta de la Luna (su última obra) de par en par para recibir el Cervantes.

Es sorprendente que de 35 años de vida de estos premios, sólo tres mujeres lo hayan recibido, y de 109 años del Nobel, sólo 9 veces ha sido concedido a autoras, claro que sólo hay 5 mujeres que ocupan un sillón en la Real Academia Española.

Pero hoy se siente feliz, hoy el Cervantes ha venido a ella, se ha hecho esperar, sí, pero por fin, una mañana de noviembre, Ana María Matute ha visto cumplido su sueño.