XSxoy de los que opinan que no hay que dramatizar sobre los perjuicios que pudiera acarrear a la sociedad en general la mayor o menor falta de acomodación de la Iglesia al curso de los tiempos, ya que gran parte de esa misma sociedad que la acompaña y se deja acompañar, en hitos simbólicos de su vida, como bautismo, comunión, matrimonio, muerte, etcétera, hace ya mucho tiempo que en cuestiones prácticas decide por su cuenta. Así que cuando pase el descomunal revuelo montado con motivo de la legislación sobre la relación civil entre homosexuales, la Iglesia con todo derecho seguirá requiriendo a propios y extraños obediencia a su doctrina, y el gentío , en uso también de su libertad, obrará discrecionalmente como ha ocurrido con el divorcio, anticonceptivos, y otros asuntos de parecida índole. Más preocupante es en cambio, que en esa misma institución que tanto dice defender a la familia subsistan otro tipo de atavismos, como puede ser su actitud ante el papel de la mujer en la sociedad y en la propia familia, que indudablemente debían someter a una severa revisión, porque siguen realimentando patrones de conducta que pueden contribuir a resultados no deseados por nadie. Veamos: Todas las religiones monoteístas, cristianismo, judaísmo, islam, acotaron el espacio vital de la mujer de una forma tremendamente injusta, atendiendo al egoismo del varón, y relegándolas al imprescindible papel reproductor, y al dócil acompañamiento al marido. En el caso del catolicismo a poco que hagamos algunas catas en los terrenos de la relación Iglesia-mujer nos encontramos que según el Génesis, (o sea más pronto que tarde) el Creador formó al hombre a su imagen y semejanza (imagen que no olvidemos que es masculina) dándole mujer posteriormente con la accesoria misión de que no estuviera solo. Al poco, cuando surge el gran conflicto, la que había cedido a la tentación de la serpiente era ella. El, el pobre, sólo se dejó llevar. Así las cosas, en la mujer quedaría residenciada la enorme responsabilidad del pecado original que según el Viejo Testamento afecta a toda la humanidad por los siglos de los siglos.

Instituida ya desde los orígenes esa desigualdad entre mujer y hombre, toda la doctrina posterior es subsidiaria de esos valores y esto conduce a un tenaz prejuicio contra la mujer como portadora de todas las tentaciones sobre todo las relacionadas con los llamados actos impuros . La prevención es tal, que se llega a dudar de que tenga alma, y la duda debió ser considerable ya que necesitó ser tratada en un concilio. El miedo al roce concupiscente llegó a ser de tal calibre, que entre otros excesos, se dispuso optar por los castrati , para proveer de voces agudas a las escolanías, con tal de no recurrir a mujeres.

Estos y otros comportamientos no son los únicos causantes, pero sí que contribuyeron durante siglos, a que se fuera sedimentando y transmitiendo de generación a generación, ese sentido de superioridad del hombre sobre la mujer que se ponía de manifiesto de mil maneras a través de leyes y costumbres, algunas tan lacerantes como la de la dote: el futuro suegro tenía que sobornar al futuro yerno, para que le hiciera el favor de convertirse en dueño absoluto, de la recompensa y de la hija. Esto a primera vista pueden parecer curiosidades o pasajes pintorescos de una historia remota, pero no es así. Hace tres días --gente que somos relativamente jóvenes lo hemos conocido-- cuando el nacional-catolicismo escribía en el BOE, la esposa necesitaba permiso escrito del marido para infinidad de asuntos, y hace sólo dos días --anteayer-- hasta nuestro folclore estaba impregnado de la figura del hombre propietario censor moral de su mujer: Ni tu eres mujé moderna/ ni quiero que lo aparentes/ que yo te prefiero antigua/ y oliendo a mujé decente/ Ponte el del cuello cerrao... y así todo seguido.

De algunas de estas secuelas que siguen resistiendo el paso del tiempo se deriva el terrible problema de (la mal llamada) violencia de género que está movilizando voluntades, propiciando leyes y acciones solidarias de todo tipo, pero que siempre que se habla, se piensa, o se escribe sobre tan grave asunto, se llega a la conclusión de que es un problema a resolver a muy largo plazo. Esto es así, porque se trata de que sus orígenes están en las raíces de una cultura ancestral presente en los comportamientos incluso de las propias víctimas, que trasmiten a través de la educación de sus hijos pautas que perpetúan el problema. No es desdeñable el dato que indica que las mayores tragedias en la pareja se producen linderas a procesos de separación. Es posible que más que la pérdida en sí, sea el saberla en brazos de otro, lo que revienta todos los diques del raciocinio; de ahí la desgraciada autojustificación del la maté porque era mía .

Para que todo esto pase a ser sólo un triste recuerdo, en las últimas décadas distintos estamentos de nuestra sociedad han articulado infinidad de medidas tendentes a la igualdad, y fruto de ello las mujeres ocupan ya puestos de máxima responsabilidad en gobiernos de distinto grado, en la universidad, el poder judicial, Cortes, ejército, etcétera. No obstante queda mucho camino por recorrer, y no estaría de más que en esa indispensable tarea de desprogramar estructuras mentales arcaicas, la Iglesia cooperara, ya que lo suyo con la mujer sí que es una auténtica deuda histórica. Haría bien en revisar los textos en la enseñanza de las clases de Religión, e incluso de la eucaristía (todavía ese pasaje bíblico de las esposas repudiadas por no mantenerse en vela esperando a sus maridos). Ni una sola papeleta femenina (el 80% del catolicismo practicante son mujeres) en la urna que eligió al Papa. ¿Hasta cuándo?

*Exalcalde de Alconchely exdiputado socialista