Navidad es la época de la felicidad obligatoria. Una costumbre que se está haciendo ancestral, en la que está prohibida la amargura, hasta el punto de que la que existe se esconde para que no perturbe la apariencia de bienestar. Es también el tiempo de la amabilidad obligatoria, una tregua en la crisis y un paréntesis que intenta aislar el miedo que se ha instalado en la sociedad.

El presidente Zapatero tiene la determinación de terminar su mandato gubernamental, independientemente de que sea el próximo candidato de su partido en las elecciones generales del año 2012. Lo hará para culminar las reformas, y sucede que este vocablo se ha vinculado inexorablemente a recortes en el sistema de vida, a supresión de servicios del estado, a crisis financiera y a amenaza de colapso en los ayuntamientos. Todo empezó por un problema puramente bancario y la epidemia ha llegado a las casas de la mayor parte de los ciudadanos del mundo occidental, en donde el efecto dominó amenaza con seguir tumbando fichas hasta que no quede ninguna. El drama de los parados sigue ahí, creciendo y arrojando fuera del sistema de subvenciones a quien cumpla los plazos. Gente desesperada en la cola de la sopa de la beneficencia.

Las reformas laborales facilitan los despidos, abaratan los salarios y empeoran las condiciones sin subir la contratación. Se prepara una reforma de pensiones para trabajar más años en un sistema que es incapaz de incorporar a los jóvenes al mercado laboral y que sigue permitiendo jubilaciones anticipadas de personas de cincuenta y dos años a cargo de los fondos públicos de pensiones.

Todas estas contradicciones culminan en ayuntamientos y comunidades autónomas que están a punto de colapsarse por falta de financiación. Eso sí, los trenes de alta velocidad corren como locos por España, también en Navidad, aunque su destino sea dentro de poco ninguna parte.

Sigue habiendo jamón de cerdo ibérico, incluso dicen que ha bajado de precio por sobreproducción. Hay cursos de cortador de jamón y el langostino de Huelva y las nécoras gallegas salen de las pescaderías como si tuvieran desesperación por llegar a las mesas. Es Navidad, un paréntesis en la tragedia que se avecina. Es obligatorio disimular.