La visita a España del presidente de Rusia, Dmitri Medvédev obliga a practicar la realpolitik, sobrevolar por encima del respeto a los derechos humanos y atender a la marcha de los negocios. Por algo España es el primer país de la UE que visita Medvédev, algo que sitúa a sus interlocutores de Madrid en una posición inmejorable para ejercer de enlaces privilegiados entre Moscú y los Veintisiete. Con dos ventajas adicionales: que nuestro país se mantiene al margen del contencioso energético que periódicamente tensa las relaciones de Rusia con varios países de la UE; la segunda ventaja es el apoyo manifestado por Zapatero al pacto de seguridad paneuropeo --de Vancouver a Vladivostok-- que Medvédev presentó en junio del 2008 en Berlín.

Lo cual no significa que no estén pendientes cuestiones de gran calado económico que quedaron al descubierto cuando el Gobierno se opuso al desembarco de la petrolera Lukoil en Repsol. Porque la oposición a la inversión rusa no se fundamentó solo en el riesgo que entrañaba ceder a un accionista extranjero la mayoría en una empresa con un alto valor estratégico, sino que se hizo evidente la desconfianza ante los usos y costumbres de los oligarcas rusos y los funcionarios que actúan de acuerdo con los designios del Kremlin. Un clima de recelo que limita las perspectivas de cooperación económica, el crecimiento de las inversiones españolas en Rusia y la presencia rusa en la economía española.