Cuando Pablo Iglesias Turrión asaltó los platós de La Sexta, sobre la alfombra roja extendida por los directivos de Atresmedia, se produjo la chispa imprescindible para que una iniciativa política improbable como Podemos tuviera un punto de inflexión hacia lo posible. Ni el gran éxito en Internet de La Tuerka ni sus estelares apariciones en canales televisivos minoritarios de la ultraderecha hubieran servido para ello.

Existe un amplio consenso sobre la enorme influencia de los medios de comunicación de masas en la sociedad contemporánea, y es un hecho que Podemos no existiría sin la televisión. Este medio de comunicación sigue siendo —y así seguirá siendo mientras sean mayoritarias las generaciones que ahora tienen más de cincuenta años— el principal generador de opinión pública. Las redes sociales ya disputan esa posición en los países más avanzados y en las grandes ciudades, y algunos de los acontecimientos políticos contemporáneos más relevantes —las victorias de Obama y de Trump, el 15-M, las primaveras árabes, etcétera— están directamente relacionados con ese fenómeno.

QUIENES por formación o por dedicación conocemos bien los medios de comunicación de masas, somos muy conscientes de que el poder que tienen es al mismo tiempo un poder glorificador y triturador. Con esto quiero decir que la televisión o las redes sociales no son el bálsamo de fierabrás que todo lo cura, sino que depende única y exclusivamente del uso que se haga de ellas.

Pablo Iglesias logró lanzar a Podemos como lo que es ahora, el segundo partido en intención de voto en España, no porque la televisión hiciera a Iglesias mejor, sino porque Iglesias tenía las condiciones para aprovechar el medio: oratoria brillante, ideas claras, nuevo lenguaje, tono políticamente incorrecto, capacidad de improvisación, agilidad mental, cultura y formación, audacia, irreverencia, inteligencia. Iglesias tiene muchos defectos, pero la mayoría de sus virtudes eran un conjunto perfecto para lograr lo que logró.

Es evidente que no cualquiera habría obtenido los mismos resultados. De hecho, por los mismos platós de La Sexta han pasado muchos políticos de todos los partidos, con más o menos ínfulas, con más o menos ambición y con más o menos habilidades, y a la inmensa mayoría de ellos nadie los recuerda. De hecho, algunos han salido seriamente perjudicados de su paso por esos platós.

Es decir, que cuando alguien afirma que Podemos logró ser lo que es gracias a La Sexta, está construyendo un argumento falaz: Podemos es lo que es gracias a que Pablo Iglesias supo aprovechar al máximo la oportunidad de aparecer en La Sexta.

Fíjense, si no, en los cientos y cientos de políticos que a diario disfrutan de esas tribunas privilegiadas en televisiones o redes sociales y que, en la mayoría de los casos, solo sirven para perjudicar su imagen. Cuanto más hablan, peor. Cuanto más sabemos de ellos, peor. Como si no fuera suficiente verles en los informativos, se empeñan en ser omnipresentes, convencidos de que tienen que tuitear cada media hora, grabarse a sí mismos o montarse un blog. O todo a la vez.

CREEN supongo, que cuanto más, mejor. Sin saber, porque no lo han estudiado o porque no les asesoran debidamente o porque no escuchan a nadie, que en los medios de comunicación de masas, a veces —de hecho, la mayoría de las veces— cuanto más, peor. Sobre todo si tu perfil no es precisamente muy popular, si en ese momento andas metido en líos o si la naturaleza no te ha dotado de buenas condiciones audiovisuales (carisma, presencia física, oratoria, y un largo etcétera).

Las redes sociales son una bendición si las sabes usar y un infierno como andes a tientas; la televisión es una lanzadera descomunal si eres bueno, pero una apisonadora como seas malo. Si sus egos les permitieran tener en cuenta esta lección, evitarían mucho ridículo. Uno de los mitos de la sociedad contemporánea y, por tanto, de la política contemporánea, es que gran parte del poder está en los medios de comunicación. Pero ni está en todos los medios, ni todos los medios emplean los mismos códigos, ni los medios en sí mismos hacen milagros. Como ocurre en tantos ámbitos, nos hemos olvidado de la esencia de la sociedad: las personas. Y es tan sencillo como esto: hay buenos políticos y malos políticos. Los primeros, cuanto más salen en los medios, mejor. Los segundos, es mejor que salgan lo menos posible. Rajoy lo sabe bien.

* Licenciado en Ciencias de la Información