Se dice mucho que el pecado nacional español es la envidia. Yo no estoy de acuerdo. Quizás es que la envidia está sacada de la lista de los siete pecados católicos, pero los que escribieron los pecados católicos excluyeron de la lista, muy hábilmente, el octavo pecado capital: la hipocresía. Y ese es el pecado español por excelencia.

Ser una cosa y parecer otra. Decir algo y hacer lo contrario. Fingir. Declarar unos objetivos cuando en realidad hay otros ocultos. Mentir. La hipocresía es, en realidad, el engaño hecho arte. Aunque «arte» es una palabra demasiado noble como para definir una de las actitudes humanas más miserables que nos podemos encontrar por el camino de la vida y, ya se imaginarán ustedes cuánto, por el camino de la política.

¿Nunca se han preguntado por qué en CCAA tan corrompidas políticamente como la madrileña y la valenciana, el PP ha seguido teniendo tanto apoyo? Porque cuando la corrupción está tan extendida, sus migajas acaban llegando a muchos miles de personas. Que los corruptos jueguen con los millones, que ya me llegarán a mí unos euritos. Eso sí, denuncio públicamente la corrupción, aunque me beneficie. Para que no se note.

¿De verdad creen que la violencia de género no se ve, no se oye? ¿Que no se escuchan los gritos desesperados de la mujer al otro lado de la ventana? ¿Que no se ven por la calle bofetones y empujones e insultos? Pero es más fácil mirar para otro lado. Callar y esconderse tras la puerta. Callar y seguir andando. Que se peguen, yo lo he visto y oído, pero que no se note.

¿Saben cuántos funcionarios incumplen su horario? ¿Saben por qué? Porque unos lo incumplen y otros, en vez de denunciarlo piensan, «bueno, pues yo también, y así trabajo unas horitas menos a la semana». Nos defraudamos a nosotros mismos, defraudamos a nuestros conciudadanos, porque nuestros sueldos se pagan entre todos. Pero que nadie hable. Que no se note.

¿Desde cuándo abusan los sacerdotes de los niños que tienen entre manos? Ahora, dos mil años después, el Papa y algunos dirigentes eclesiásticos han empezado a pedir perdón pero, ¿eso se puede perdonar? ¿Cuánta gente ha sabido y ha callado? ¿Cuántos han mirado hacia otro lado mientras veían sufrir lo indecible a niños indefensos? Bueno, que haga el padre lo que quiera, mientras no se note.

¿Cuántos políticos maltratadores hay en las manifestaciones contra la violencia de género? ¿Cuántos homófobos públicos son homosexuales más o menos declarados? ¿Cuántos contrarios a la eutanasia se irían al extranjero a practicarla si así pudieran aliviar a un familiar? ¿Cuántos jamás defendieron el divorcio antes de que se aprobara, y fueron los primeros en divorciarse? Lo importante es que no se note.

En la vida y en la política hay muchos lobos con piel de cordero. Sociópatas que a todo el mundo le caen bien porque sonríen y hacen favores, y que te acosan en el trabajo o te excluyen de la vida pública o te difaman a tus espaldas. Regeneradores en la calle que degeneran en los despachos. Adalides de los cambios que no cambian nada. Vocacionales ladrones de guante blanco y alma negra. Y esos que tienen sueños azules pero se ponen pulseras rojas. Para que no se note.

Pueden los que mandan pasearse con sus maridos y esposas de las manos por las moquetas y alfombras de los eventos públicos, mientras se acuestan con otras y con otros, sin que les pillen o aunque lo sepan. Son sus vidas privadas, mientras no hagan daño a nadie más. Pero sabemos que casi siempre lo hacen con dinero público, y eso ya es otra cosa. Se lo perdonamos. Siempre y cuando, eso sí, no se note.

Miénteme, pero que no me entere. Róbame, pero dame algo a cambio. Incumple, mientras me dejes incumplir. Huye del compromiso, mientras no me obligues a comprometerme. Haz lo que quieras, pero déjame en paz. Estas son las deshonrosas bases de lo que llamo liberalismo castizo español. Que no, oiga, que eso no es liberalismo. Que no puede usted legislar contra la prostitución por el día y usarla por la noche. Que eso no es liberalismo, que eso es sinvergonzonería. Se note o no se note.

La buena noticia es que los hipócritas de ayer y de hoy, los rojos de sangre azul, los que parecen naranjas pero luego son limones, los morados que de tan diluidos parecen lilas y los cuervos disfrazados de gaviotas, todos, lo tienen más difícil. Más difícil porque cada vez hay más cámaras y más pantallas. Más ojos que vigilan, más voces que denuncian. Y un mal paso puede hacerse viral en cuestión de minutos y destruir una carrera política y hasta un gobierno. Merecen ser desenmascarados. Y lo vamos a hacer.