Durante el segundo semestre del curso académico, imparto clases a los alumnos de la Universidad de los Mayores en el campus de Mérida, y cada miércoles hago el recorrido entre Cáceres y la capital autonómica por la autovía que une ambas ciudades. Aunque he de reconocer que, si algún día voy sobrado de tiempo, prefiero hacer el camino por la antigua carretera N-630; no tiene uno la necesidad de correr por correr, y la cercana ruta de la Vía de la Plata le hace sentirse a uno un poco peregrino, además de que le permite disfrutar de castillos, miliarios, árboles notables o lugares con encanto, como Santiago de Bencáliz.

Durante el viaje, imagino que como la mayoría de los ciudadanos, me fijo en las cambiantes dehesas, que alternan cultivos de cereal o leguminosas con barbechos y posíos; he disfrutado con los bandos de grullas en las cercanías de Aldea del Cano, antes de que regresaran a sus tierras de origen, y sufro cada semana viendo cómo centenares de pinos, que ya habían comenzado a crecer, padecen el tremendo deterioro por enfermedades y por la plaga de procesionaria.

Me resulta imposible entender que ese mismo trazado lo recorran a diario varios consejeros y directores generales, con competencia y responsabilidad en el tema, agentes de medio ambiente y técnicos de agricultura, que viendo lo que está pasando no hayan tomado medidas para tratar de solucionarlo. Peor me parecería aún, que alguno lo hubiera denunciado obteniendo el silencio por respuesta, ya que conozco a muchos de ellos y puedo dar fe de su competencia. ¿A qué están esperando?, ¿a qué se sequen del todo para poder cortarlos como están haciendo con la mayor parte de la vegetación que crece a orillas de nuestros caminos y carreteras?

Hace ya mucho tiempo, el botánico y profesor José Luis Pérez Chiscano , escribió sobre la importancia de la vegetación situada en los bordes de los caminos y carreteras, como lugar de refugio para multitud de plantas y animales, que encuentran en estos lugares los últimos enclaves para prosperar, frente a una intensificación de algunas tareas agrícolas, que han acabado con muchas plantas en los últimos años. Chiscano criticaba también las inadecuadas prácticas que a menudo se realiza en estas zonas, con el empleo de herbicidas y la roturación de caminos paralelos a las carreteas, supuestamente con la intención de evitar incendios.

Ante esto, más de una vez me planteo la falta de sensibilidad que tenemos frente a muchos de los problemas medio ambientales, aunque estos sean tan visibles como los pinos de la autovía, o los plantados para dar sombra a los peregrinos que recorren la Vía de la Plata en Extremadura. Confío que mi denuncia no caiga en el vacío, en medio de una Semana Santa que puede ser también de pasión para los árboles, especialmente con estas temperaturas y la falta de lluvias. Llevo años viéndolos crecer y siento que con su muerte todos morimos un poco, y espero que ahora no venga nadie a recordarme el título de esta tribuna.