XExn la vorágine de las noticias hay algunas que pasan fugazmente, casi vergonzosamente, mientras que otras son objeto de una reiteración francamente sospechosa. Y así, muy por lo bajito, nos enteramos que una poderosa empresa, con más de seis mil trabajadores, acaba de firmar un acuerdo por el que se eleva la jornada de trabajo de treinta y cinco horas semanales a cuarenta, sin incremento alguno de los salarios percibidos. Y esto como culminación exitosa, dicho sin ironías de ninguna clase, de un largo proceso negociador entre trabajadores y patronal, porque la alternativa era el cierre de la empresa y su traslado a Eslovaquia.

No siempre los cambios históricos de rumbo, unos para bien, otros para mal, se han hecho a golpe de bombazos y empuje de bayonetas; es más, algunos de los cambios más profundos de la historia empezaron a manifestarse en sucesos que parecían menores. Parecían pero no lo eran, y claramente estamos ante un suceso de esta naturaleza. El que después de siglo y medio de lucha sindical por conseguir una paulatina reducción de la jornada laboral iniciemos, callada pero oficialmente, un camino de retorno de imprevisible final, desandando lo tan penosamente andado por muchas generaciones, merece algo más que la esquina de la hoja de periódico o los brevísimos segundos de un noticiero. Se quiera o no, ésta es una noticia de alcance, otra cuestión muy distinta, que sería muy grave, es que no se sea consciente de la profunda significación de la misma.

Este mundo occidental nuestro dista mucho de ser perfecto, pero gracias al ingenio, el trabajo, la lucha e incluso la sangre de las generaciones que nos antecedieron, hemos conseguido una sociedad en la que el progreso social ha sido un hecho, con grados de consecución distintos, pero siempre avanzando en sentido positivo. Y hemos acuñado, luchado y defendido lo que conocemos como Estado del bienestar. Y sabedores que el progreso científico junto a un orden político oportuno es capaz de generar riqueza y trabajo, hemos soñado utopías que distan mucho de la dura realidad.

La dura realidad es la de una globalización económica mundial en la que el poder de los estados se comparte con el de las grandes corporaciones empresariales; donde los gobiernos, de uno y otro signo, tienen que tentarse muy bien la ropa en sus actuaciones con estas corporaciones. Y la dura realidad sigue siendo también que se ha configurado un orden económico global sin tener un orden político mundial.

Y en este camino de duras realidades está que la sociedad del Estado del bienestar es una excepción en el concierto mundial, que las diferencias salariales entre los diversos territorios del mundo son abismales y que el camino está abonado para la estampida de la deslocalización industrial. Y desgraciadamente, al parecer, el único camino encontrado es el de bajar los escalones que tan penosamente subimos. La precarización del trabajo, la imposición a muchos trabajadores de singulares fórmulas de relación laboral para eludir los costes sociales, son todas ellas figuras del mismo cuadro sombrío, que como color de fondo tiene el de trabajar más y cobrar menos. En definitiva, la tendencia, si no la variamos, va más por el camino de rebajar el nivel de vida de los países desarrollados, que por la de mejorar el nivel de vida de éstos.

Tampoco debe consolarnos la constatación de que tenemos dos millones de emigrantes, y que por lo tanto "tan mal no estaremos". Y en efecto, así es, pero de lo que se trata es de dar la voz de alarma para evitar retrocesos.

*Ingeniero