WSwiempre se había dicho que durante la transición el gran mérito de Fraga Iribarne fue atraer hacia la derecha democrática al grueso electoral de la extrema derecha española. Con esa maniobra, dejó aislados y sin espacio parlamentario a los fantasmagóricos Blas Piñar, Girón y compañía.

Muchos años después, formas e intransigencias con aroma a aquella tendencia reaparecen en nuestro país. Alineándose con el sector más integrista de la Iglesia, azuzando la tensión al llamar separatismo a todo lo que simplemente quiebra la uniformidad, insuflando recelo hacia Europa y, ahora, condenando con la boca pequeña pero justificando de hecho --aludiendo a lo que hacen los demás-- las actitudes energuménicas de algunos exaltados, cada vez están más presentes.

Son personas visibles en el ala más radical del Partido Popular, añoran las formas de Aznar y ensalzan a su discípulo más auténtico, Acebes, para desgastar los esfuerzos centristas de Rajoy.

Suben también en otros países, tal como se subraya estos días. Pero aquí, con los clarinazos de Jiménez Losantos, ganan posiciones dentro de la derecha. Esa pujanza y su desenvoltura son novedad desde que finalizó la transición.