Mientras Manolo Pérez, el último camarero superviviente de la Calle de los Vinos, echaba la llave de cierre definitivo al Bar Amador, sus clientes cincuentones y sesentones nos reuníamos en el Pabellón Polideportivo del Vivero para recordar nuestros años ochenta y homenajear a aquellos bares en los que pasamos mucho tiempo de nuestra juventud. Fuimos muchos los cacereños que llegamos, vimos y nos reconocimos. Y en nuestras mentes sonaba sin querer la canción de Presuntos Implicados Cuánto hemos cambiado. Luego, la rockola del recuerdo nos llevaba a Pablo Milanés y a su «el tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos». Por cierto, esa canción era muy escuchada en la máquina de discos del Bar Amador. Pero el buen humor y el deseo de diversión no dejaron que la melancolía nos aguara la fiesta. De nostalgia nada. El pasado, pasado está; y el futuro que venga sin miedo y que sea largo.

Gente que no se veía desde hacía mucho tiempo se encontraba de nuevo y se ponían al día sobre sus vidas. Los viejos ochenteros conocidos ahora vivimos esparcidos por los nuevos barrios de Cáceres y nos hemos distanciado unos de otros. A eso hay que unir la situación familiar: la mayoría somos padres y madres de muchachitos y muchachitas de veintimuchos y treintayalgunos años, que pisamos la calle lo justo; y poco en horas nocturnas. Podemos contar con tres dedos de una mano las noches que salimos en el año: la comida o cena de empresa de Navidad, la Nochevieja y alguna noche de Feria. Eso sí, tras una noche de farra, tienen que venir cuatro días de encierro casero a base de sopa, infusiones y optalidones para arreglar la avería en el estómago y calmar la irritante cefalea. Ya no soportamos las resacas tan estoicamente como en los años ochenta. En eso también hemos cambiado.

El caso es que gracias a la idea y al trabajo desinteresado de los organizadores del evento, Antonio García Villalón, administrador de la página de Facebook ‘Bares antiguos de Cáceres’, Maribel Corrales y otros ochenteros, muchos cacereños nos vimos las caras de nuevo, y copa en mano nos ojeamos las arrugas y nos inspeccionamos la canas; y las calvas de los que ya no se las peinan. Ojalá este encuentro se repita otros años.