TSte llama Oleh. Me muestra las fotografías de sus hijos, a los que no ha visto crecer. Los ojos de esa niña le preguntan todavía por qué dejó Ucrania. La boca de ese niño le sigue reprochando por qué no jugó con él. Esta tierra prometía, me dice. Primero la cereza, después el tomate, la vendimia y la aceituna. Ahora, el andamio le hace un sitio. El paraíso que dibujó su deseo lo ha destruido la realidad. No puede mandar a su casa el dinero que soñaba. También ha caído en la trampa del empresario. Aún, después de tres años, no es legal, no tiene contrato de trabajo. No cruza estas fronteras por miedo a no volver. Sus hijos tampoco vienen. Pueden crear problemas.

Quizá los labios de su mujer hayan ya besado a otro hombre. Son muchos días sin el calor de un abrazo, reconocen sus ojeras.

Maldice el día en que le hablaron de un paraíso y emprendió el viaje. Como Ulises, se encuentra perdido buscando Itaca. Ahora deja las fotografías a un lado y me muestra las cicatrices de la lucha entre mafias que conoció desde niño. También las heridas profundas de la guerra de Afganistán. Ucrania, Afganistán, la guerra... quedan muy lejos, pero no la lucha por salir de su infierno particular. El paraíso no es tal, Itaca no está, y Oleh continúa el viaje, sin saber que se ha convertido, como tantos otros, en reo de la hipocresía. Europa.

*Periodista