WEw ntre abril y junio pasado, España logró un crecimiento más que notable: el producto interior bruto (PIB) progresó a una tasa del 3,7% y el empleo, al 3,1%. Son dos datos oficializados ayer por el Instituto Nacional de Estadística (INE) que insuflan más optimismo sobre la situación de la actividad productiva y, además, cuestionan los argumentos de quienes se empecinan en dibujar un panorama económico casi apocalíptico. El crecimiento del PIB y del empleo sigue superando en 1,3 puntos al del resto de socios europeos, lo que es una buena noticia. Pero aún es más interesante que en los últimos meses se vayan corrigiendo los desequilibrios estructurales de nuestro modelo de desarrollo.

La fuerte demanda interna de los últimos años, responsable en buena medida de la alta inflación, parece moderarse. Y, con ella, el IPC, que descenderá dos décimas, hasta el 3,8%, según el dato provisional avanzado por el INE. La construcción residencial, otro de los ejes sobre los que se asienta el modelo de crecimiento, también reduce su aportación al PIB. La buena marcha del sector turístico ha facilitado también la mejora de un sector exterior todavía desequilibrado por la fuerte diferencia de crecimiento de las exportaciones (5,3%) y las importaciones (7,9%).

Destacable es también la pujanza de la inversión, que crece al 6,1%, lo que tendrá un impacto seguro a medio plazo y mejorará otro de los agujeros negros de la economía española: su baja productividad.