Los incidentes entre las tropas norteamericanas y los iraquís armados --o desarmados-- son cotidianos. El fantasma de Sadam Husein parece dar ánimos a la resistencia y los máximos dirigentes de EEUU en la zona, el civil Paul Bremer y el militar Tommy Franks, ya avisan de que la ocupación va para largo. Confirman que los planes posbélicos de Washington eran débiles. A ello se le está sumando el frente interior norteamericano: a poco más de un año de las elecciones presidenciales, a Bush se le podrían volver en contra de sus intereses la sangría humana y la inequívoca tradición anticolonial de su país. Esta semana se discute en la ONU la reconstrucción de Irak, en la que se pretende incorporar a más países dispuestos a colaborar económica y militarmente con el señuelo del futuro beneficio del petróleo. Mientras, el país está sumido en el caos, sin un programa creíble de autodeterminación y con una progresiva influencia de los líderes islamistas. Es cierto que una precipitada evacuación de las tropas anglo-norteamericanas multiplicaría los riesgos de partición y de guerra civil, pero la imprevisión de los estrategas de Bush ha acabado abonando el terreno para el recrudecimiento del terrorismo que se pretendía combatir.