Últimamente se ha puesto de moda la palabra micronichos para aludir a las segmentaciones del mercado en pequeñas parcelas. El objetivo es abordar un subtema que, gracias a exclusivismo, se presenta menos competitivo. Por este motivo hay quienes se dedican a vender cafeteras, vasos u ositos de peluche (y nada más). La especialización al poder.

Mientras leía Perder el tiempo (De la Luna Libros) no pude evitar pensar que Juan Ramón Santos ha dado con su micronicho ideal: el de los paraguas. Eso es lo que el lector va a encontrar en este ramillete de historias pasadas por agua: muchos paraguas, uno por historia. Un pobre paraguas desvencijado que antes o después acaba vapuleado por el impetuoso viento.

Pero no es JRS un vendedor de paraguas; ni siquiera escribe sobre ellos, por más que yo coquetee con la idea de que Perder el tiempo es el mejor libro sobre paraguas jamás escrito. No es el paraguas lo que está desvencijado sino el ser humano; no es el viento quien nos vapulea sino los avatares del día a día; no es la lluvia un simple fenómeno atmosférico sino los fantasmas que nos acechan.

Perder el tiempo es más que un libro: es un consuelo colectivo. En él estamos retratados todos, con nuestras inquietudes, nuestros deseos insatisfechos, nuestros desvelos, nuestros miedos. Leer este libro es mirarnos en un espejo taciturno pero compasivo que nos invita a perseverar.

Juanra, el hombre tranquilo de John Ford en versión extremeña, comentará cuando lea este comentario: «Mi amigo Fran, que ha escrito estas líneas...». Y lo dirá sin darse nota, en voz baja, apelando a la amistad como único combustible de mi admiración. Como si este libro de relatos fuera cualquier cosa. Como si él no fuera un grandísimo narrador capaz de convencernos de que nada hay tan humano como la fragilidad y de que en la lucha contra el infortunio siempre nos quedará el paraguas de la buena literatura.

* Escritor