Según la Constitución "los poderes públicos han de posibilitar las condiciones que hagan efectivas la libertad, la igualdad y la participación de los ciudadanos" pero esta participación, no debe limitarse a introducir la papeleta en una urna cada cierto tiempo, sino que ha de trascender hacia otros ámbitos, haciendo compatible esa doble dimensión entre lo individual y lo social, hasta conseguir que esas dos realidades coexistan como complementarias, ajenas a cualquier intento intervencionista o manipulador.

La participación y la libertad son los dos pilares sobre los que se asienta la acción democrática, es decir la presencia ciudadana en lo público. A menudo se observa una disociación entre la política y la vida real, convirtiéndose ésta en una bonita excusa a la hora de elaborar programas electorales, algo que quedará con una consideración residual una vez conseguido el poder. Ocurre que se intenta dirigir el espacio de lo público invadiendo sus márgenes, sometiendo cualquier iniciativa que no esté gestada o controlada desde arriba, poniendo en entredicho cualquier actividad con el pretexto de estar promovida por algún secreto interés, aunque contrariamente a lo que pueda creerse, los que se implican, suelen ser personas que albergan la esperanza de mejorar las condiciones de habitabilidad de su entorno.

La participación suele canalizarse a través del asociacionismo, ya sea vecinal, deportivo o cultural, se trata de abrir el espacio de lo público respetando el pluralismo. El político debe limitar su acción a proporcionar los instrumentos necesarios, evitando el intrusismo o la pretensión de constituirse en el referente único; la sociedad posee elementos capaces de encauzar sus diferentes inquietudes.

XCON ELx paso del tiempo se ha ido produciendo una atrofia participativa, un desistimiento, el trasvase hacia un pasotismo impropio de esta época. Cada vez es más frecuente encontrarse con personas ajenas a cualquier compromiso, preocupadas más por la satisfacción de lo personal que de lo colectivo, de lo inmediato que de lo remoto. Se ha ido imponiendo una filosofía consumista, que impulsa al individuo hacia el materialismo y hacia la comodidad, a vivir al día, dejándose arrastrar por un subjetivismo que lo da todo por bueno, o por un pragmatismo que impide que nada se interponga entre nuestros deseos y la posibilidad de conseguirlos.

Este pasotismo es propio de quien no ha sido capaz de asimilar los cambios que ha experimentado esta sociedad, que permutó la dictadura por la democracia, un Estado centralizado por otro autonómico, un país con una historia y una identidad propia por una realidad diluida en el seno de la UE, un pueblo de asentadas costumbres por otro en el que se ha subvertido el orden tradicional, donde la configuración de la familia y las relaciones sociales han experimentado transformaciones sustanciales, de una tierra aislada y ausente se ha pasado a otra próspera y omnipresente, de una España dominada por la rígida disciplina del pensamiento único a otra donde impera el juicio crítico, la tolerancia y la pluralidad.

Pero como una materia irrecuperable, por el camino hemos ido perdiendo la ilusión, y reverdece en nosotros la hierba del desengaño; porque vivimos tiempos de tibieza y de desafecto, soportando el descrédito de algunas instituciones, la larga y soterrada mano de la política ahormando voluntades, el adormecimiento de algunas elites culturales y sociales, la debilidad del poder judicial. Porque habitamos un país dominado por el conformismo, donde se antepone el pasotismo a cualquier consideración de tipo altruista.

Se nos están llenando las calles de humo y de hastío, de la insoportable fetidez de algunos gestos, de corruptelas, despropósitos y estafas manifiestas, de personas que reniegan de sí mismas, o de quienes no aceptan seguir junto a esta causa común que llamamos España. Y sin darnos cuenta, se ha instalado en nosotros una sensación de insatisfacción y de desamparo de la que resultará difícil salir, porque estamos prontos a permitir que decidan otros.

No son éstos buenos tiempos para la participación y el compromiso, el espacio público, que entre todos estamos llamados a construir, se nos ha llenado de gentes inapetentes y extrañas, de oportunistas carentes de escrúpulos.

La sociedad debe poner fin a este proceso de inhibición, recuperar el compromiso, empeñarse a favor de un nuevo impulso, sabedores de que nuestro peor enemigo es esa nebulosa que camina a nuestro lado y que nos empuja a la tibieza, y que lo que ahora con esfuerzo se siembre, serán otros en el futuro, los encargados de recoger.

*Profesor