THtace unos días, a propósito de la clausura de una línea de tren y otras decisiones muy negativas tomadas contra Extremadura en los centros de poder de Madrid concluía yo en que "Extremadura necesita otros líderes y debe dotarse de las herramientas y las organizaciones políticas precisas para hacer oír su voz de forma clara y contundente, tanto en Madrid como en Europa", con lo que manifestaba mi convicción de que el sistema de partidos hegemónicos consolidado desde la transición --PP y PSOE-- no sirven para los objetivos de esta tierra.

Este hecho sería casi irrelevante si el problema se circunscribiera a Extremadura, dado el poco peso específico que se nos atribuye en España. Pero creo que no es menos cierto que el problema mencionado afecta al conjunto del país: los partidos mencionados (y no sólo ellos) surgidos de la Constitución de 1977 se han convertido en maquinarias electorales necesitadas permanentemente de capital para mantener sus estructuras, lo que las ha convertido en pasto de los financieros y se han convertido en aparatos perfectamente estancos e insensibles a sus propios credos o principios fundacionales o a las demandas u opiniones de sus propios militantes. No digamos de las demandas ciudadanas, que sencillamente se diluyen en unos programas abstrusos e incumplidos como norma general y hasta aceptada.

XLOS PARTIDOSx en España, entre otras cosas por la escasa cultura política que nos honra , se han convertido en apéndices del poder financiero (otros trabajos que he publicado sobre la reforma exprés del artículo 135 creo que desarrollan suficientemente este punto) y su funcionamiento obedece a las relaciones cruzadas y casi endogámicas entre las élites del poder en España, en sus distintas esferas. Se configura entonces un sistema político oligárquico que solo aparentemente es partitocrático puesto que las decisiones las toma el líder de turno, dueño de la chequera y que hacen que el sistema no sea democrático en modo alguno. Los teatros de los Congresos de esos partidos y sus métodos de elección de delegados confirma esta aseveración, para todo aquel que los haya sufrido.

Todo esto convierte a España, apagadas las ilusiones de la modélica transición , en una república bananera, aunque coronada y para colmo, hasta la guinda del pastel constitucional, la monarquía, también atraviesa su peor momento, en buena medida arrastrada por los manejos de la misma clase política que aquí se denuncia.

Salir de esta situación tendrá que ser objeto de próximas entregas, más reposadas, pero cabe decir que, antes de proponer cualquier opción, se requiere urgentemente una recuperación del espíritu democrático, no ya el del consenso de la transición que ahora se reclama para abordar las salidas a la crisis-estafa en la que estamos, sino del espíritu democrático primigenio, el que alumbrara la Revolución Francesa, si se me apura, o la República Española antes de que las convulsiones de la historia la arruinaran, pero que sigue siendo el proyecto ético ciudadano más importante que nunca haya llevado a cabo España.

Si hay alguna instancia del Estado actual que esté libre de esa opresión y manipulación del capital especulativo nacional que aflige al sistema de representación política, en casi todos los niveles de la administración, que empiecen a demostrarlo. Acaso puedan regenerarse los partidos y refundarse (algo difícil pero no imposible: Fraga lo hizo con AP y el centro-derecha se ha recompuesto de diversos modos, mientras que la izquierda también hizo intentos más o menos frustrados) pero el momento actual requiere que sea el propio Estado el que deba refundarse sobre bases democráticas hoy pervertidas. La elevación a los altares constitucionales de la absoluta preponderancia de los intereses de la deuda (eufemismo que esconde los intereses de los usureros prestamistas) sobre cualquier otra obligación del Estado no ha hecho más que dejar en absoluta evidencia el trasfondo antidemocrático de nuestro sistema y su, en consecuencia y paradójicamente, absoluta falta de sostenibilidad: Un sistema político no puede agotarse en servir al sistema financiero. El hombre, y no el dinero, es la medida de todas las cosas. A esto nos ha llevado el abandono de la cultura clásica en el sistema educativo; a olvidar verdades tan esenciales como esta.

A fuer de repetirme, mutatis mutandi , lo que escribí hace días: Hacen falta formaciones y plataformas de acción política que defiendan el interés general de los españoles por encima de los supuestos intereses de la deuda nacional que son los de la ínfima minoría que dice defender a España guardando su dinero en Suiza. A esto me atrevo a llamar hoy a mis conciudadanos, porque o reaccionamos o perecemos, porque estamos vendidos.