WNwunca había entrado en el horizonte político de la izquierda abertzale el reconocimiento del dolor que los atentados de ETA causaban a las víctimas. El sufrimiento ajeno, o bien se contraponía a la represión que los propios militantes habían tenido que soportar, o bien se contextualizaba como una consecuencia inevitable del "conflicto que padecía Euskal Herria". Esta semana, Arnaldo Otegi reconocía que tal actitud había sido un error. "Hemos dado a entender que el sufrimiento de los otros nos era igual y que el fin lo justificaba todo", dijo. Por una vez, el sufrimiento humano traspasaba la trinchera de los bandos y el dolor del otro entraba a formar parte del discurso político de la izquierda aberzale. No estamos ciertamente ante un acto de arrepentimiento. Pero tampoco nos encontramos donde estábamos. Las palabras de Otegi pueden interpretarse como el inicio de un camino que tendrá que terminar, por fuerza, en el reconocimiento explícito del dolor injusto e inútil que ETA ha causado a tantos de sus conciudadanos. Tan malo sería, por tanto, darse por plenamente satisfecho con estas declaraciones como no ver en ellas un paso importante en la buena dirección para avanzar en el camino de la paz.