Filólogo

La recuperación y ordenación del centro histórico de Cáceres crea controversia en los despachos y en la calle: si los vecinos se enfrentan a la policía en Santa Clara, cualquier repartidor, mientras desayunas, puede narrarte las asechanzas que padece al realizar su trabajo y aportarte también un manual de soluciones.

La cuestión es difícil y compleja y nadie sabe, con certeza, cómo se hacen bien las cosas en un casco histórico; cómo se consigue el desarrollo territorial y urbano sostenible; cómo se instrumenta una política social integradora y respetuosa con el ambiente de una ciudad histórica, y cómo se combina la cultura, el acceso a la vivienda y la rehabilitación, de manera que se mantenga el patrimonio arquitectónico y los servicios necesarios. Y es que no es fácil conjugar la historia y la oscura vida diaria, la literatura y la conversación a la puerta de casa.

Los medios de comunicación ofrecen modelos de los centros de otras ciudades históricas, pero huelga decir, que cada ciudad tiene una lectura diferente, y que es preferible acudir a los criterios, que beben de la historia, la cultura y la educación autóctonas y con ellos decidir si el centro histórico requiere las instituciones, admite mejor el sector terciario, o su recuperación depende de la convivencia de lo público y lo privado.

Una peatonalización a ultranza puede arrojar un saldo empobrecedor, a pesar de que en ciertas horas pudiera favorecer actividades del sector servicios, pero la prudencia aconsejaría que la medida se implantara poco a poco, una vez resueltos los problemas de aparcamientos, repartos y servicios, indispensables para renovar el fervor por el centro y para conseguir que la gente lo habite.

Entretanto los políticos y los técnicos han de manejar la controversia con destreza sin olvidar los criterios del repartidor, que suele tener el sentido común de lo obvio.