Las Navidades pasan por ser esas fiestas entrañables, o de cierta amabilidad social, que todo el mundo reconoce y que buscan en la finalidad del año la esperanza de uno nuevo. Cada vez más convertidas en un ‘Bazar de las sorpresas’ como aquella mítica película de Ernst Lubitsch, con aquel ángel de James Stewart, donde lo que no parecía era real, bajo el desafío de una finalizada ternura. Continuando con ese mismo espíritu nos topamos, con la repetitiva y televisiva ‘Qué bello es vivir’, donde Frank Capra pone a prueba a base de sentimientos y buenas intenciones el significado real de la bondad humana, como un verdadero desafío para nuestras vidas. Demasiado bonito resulta siempre para creerlo en una sociedad, cada vez más descreída de todo, y, en exceso, materializada por las bondades de las cosas, frente a las bondades de las ideas. Dos películas que nos sirven para situarnos en las Navidades, y que forman parte del imaginario colectivo de muchas generaciones atraídas por el cine de Hollywood.

Por suerte en nuestro país, y con la identidad que nos caracteriza nos topamos con algunos de esos títulos, tan acertados, como referenciales de una época y de un ser, el patrio, que siempre nos describe la bondad y la picaresca como parte del todo. Y con esto llegó Berlanga, con el título de ‘Plácido’, allá en los sesenta, toda la tipología de una época y de una sociedad, llena de buena intencionalidad y de picaresca, sin duda alguna. Todo tiene que ver con ese ejercicio de cierta suficiencia de algunos, respecto a tratar de ser solidario con esos que tienen menos, bajo el fondo de una historia que trataba de sentar -materialmente- y -este es el mérito- a un pobre en su mesa, como gesto de tal generosidad, que acababa en esa noche, para seguir siendo comentado a lo largo de todo el año, entre amigos, parientes y familiares. De hecho el título de la película fue ese «siente un pobre en su mesa», pero la censura prohibió ese título y de ahí la denominación de Plácido, por lo que el mensaje quedara en lo subliminal, y el título demasiado llamativo.

Desde luego se trata de uno de nuestros grandes títulos, muy valorado a nivel internacional, fue nominado a los Oscar, y es nuestro clásico frente al siempre ‘Qué bello es vivir’. Hay que reconocer el talento de la historia, así como las magníficas interpretaciones de los personajes. Es el prototipo de cine de este país, con una capacidad mayúscula para retratar esencialmente tanto la época, como el sentido de la hipocresía que narraba la historia.

Como se trata de unas fechas familiares, no puede faltar a este recordatorio navideño ‘La gran familia’ de Fernando Palacios, reivindicando la importancia de la familia numerosa, rara avis en nuestros días y que tanto quebradero nos dará por eso de morir más que crecer en la estadística de nuestra demografía española. Con esta película y su saga nos adentramos en la programación televisiva que nos mantiene atentos al concepto entrañable de la familia, que es la denominación más acertada estas fechas. Aunque a raíz de datos y referencias se dice que es la época en la que la convivencia se tambalea más, ante la saturación de reuniones familiares. Pero bueno, siempre nos quedará Chencho perdido en esa plaza Mayor de Madrid, en medio de los puestos de belenes, perdido en medio de la multitud, y la familia buscándolo desesperadamente. Son las historias de cuatro películas, que de forma casi sistemática se nos sirven en Navidades, y que resulta reconfortante verlas, especialmente, si detraemos de ellas aquel aspecto de la bondad y la ternura que queda, en demasía, obviada ante el fragor comprador y consumista de unas fechas, que tienen más que ver con la capacidad de gastar de nuestra tarjeta de crédito, que con las verdaderas intenciones familiares, personales y buenos deseos para el año venidero. Que se supone son los verdaderos eslóganes de estas fechas, por encima de cualquier estrategia mercantil, que esa sí, ya ha calado y mucho en las vidas de todos.