La Navidad es para la mayoría de los europeos una fiesta llena de lucecitas de colores, árboles rodeados de regalos y papás noeles de plástico. Incluso en un año como este, con la crisis desluciendo el consumo y aumentando el miedo, ser cristiano en Europa es la mar de fácil. En esa indolente tranquilidad con la que celebramos la principal fiesta de la Cristiandad, pensaba la pasada Nochebuena mientras comía un exquisito cordero al chilindrón.

Sin embargo, en Oriente, los cristianos son perseguidos y eliminados. Por una vez, estoy de acuerdo con Benedicto XVI : "De las iglesias cristianas de Oriente, que tanto aportaron a la riqueza cultural de la humanidad, únicamente quedan los restos". No solo el Papa está preocupado por la absoluta falta de libertad de culto en países como Irán, Irak, Argelia o Pakistán. Intelectuales, muchos de ellos laicos, como Bernard-Henri Lévy creen que, en la actualidad, los cristianos forman "la comunidad religiosa más violenta e impunemente perseguida".

La libertad religiosa, que en nuestro entorno es un derecho incuestionable, en algunos países musulmanes está siendo aniquilada y sustituida por una creciente cristianofobia. De la misma manera que, en Occidente, hemos de rechazar la intransigencia contra el islam, también debemos denunciar la persecución que padecen los cristianos. Como la que está sufriendo Asia Bibi , una mujer católica, de 45 años, que acaba de ser condenada a muerte en Pakistán por una supuesta blasfemia contra Mahoma .

Hace solo unos meses, en nombre de un Dios que no puede ser el del islam, una bomba de Al Qaeda mató a 58 personas durante una misa en la catedral de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro de Bagdad. Y desde la caída del régimen de Sadam Husein , más de 700.000 cristianos han huido ya de Irak. Quizá estemos ante otra guerra de civilizaciones; puede, incluso, que Occidente sea culpable de haber generado ese odio, pero los cristianos de Oriente no pueden convertirse en las víctimas de la incomprensión y el fanatismo. De una nueva cruzada.