Uno de los grandes genios del siglo XX, el cineasta Stanley Kubrick, dijo que rodar una película era como intentar escribir “Guerra y paz” en una montaña rusa. Se refería a la dificultad de elaborar un trabajo profundamente intelectual en medio de una maquinaria donde priman la velocidad y el tumulto. La política ha sido siempre eso, una mezcla de caos y reflexión, de activismo y pensamiento, de tormenta y calma. Si esa dualidad es seña de identidad de los ritmos sociales, en esta época tan cambiante tiene más sentido que nunca poner el foco en la naturaleza contradictoria de la actividad política.

Tiene más sentido que nunca porque más que nunca es imprescindible el activismo y más que nunca es imprescindible la reflexión. Si atendemos a fenómenos netamente contemporáneos, como el 15-M, es fácil observar que la pulsión tumultuaria que llenó las plazas de gente fue inmediatamente seguida por la conformación de asambleas donde se abrieron intensos y profundos debates ideológicos.

Durante las últimas décadas, la profesionalización de la política mediante la transformación de los partidos de masas en grandes construcciones burocráticas ha encerrado la reflexión política en los llamados think tank. Era una forma poco sutil de división del trabajo: unos hacen y otros piensan. Por la situación en la que nos encontramos ahora, tras muchos años de think tanks, podemos decir que ha sido una fórmula muy eficaz para la derecha pero notablemente destructiva para la izquierda.

Si le hubiéramos preguntado a Stanley Kubrick, que además de eminente cineasta era un pensador político de primer orden, nos hubiera contestado que no se puede saber cuál es el mejor lugar para colocar la cámara sin antes haber pensado lo que se quiere transmitir; y que de nada sirve una construcción ideológica acertada sin saber dónde tienes que poner la cámara.

PODEMOS, que es una experiencia política novedosa a la que hay que mirar siempre con respeto y con atención, demostró durante su etapa de lanzamiento que el trabajo intelectual de diagnóstico y de análisis es inseparable de la acción política consecuente. En Podemos los que piensan son los mismos que los que hacen. Otra cosa es que con el paso de los meses hayan ido equivocándose en la construcción política de fondo y, por tanto, también hayan errado a la hora de decidir dónde tenían que poner la cámara.

Si se ha demostrado algo con la crisis económica que va ya para una década, es que la izquierda ha perdido completamente el norte por abandonar el trabajo intelectual o, en el mejor de los casos, por encerrarlo en jaulas donde se elaboraban interminables documentos que no se leía nadie y, sobre todo, que nadie aplicaba.

Para quienes nos gusta especialmente la vertiente intelectual de la política, y nos hemos esforzado durante los últimos años en pensar y en leer libros y documentos para resolver los problemas planteados, sabemos que todas las respuestas llevan mucho tiempo negro sobre blanco. Por desgracia, los que andábamos entre papeles éramos pocos y no teníamos poder real para llevar a la práctica aquello que había que llevar a la práctica.

La revolución social que comenzó en España en mayo de 2011 y que aún tiene mucho recorrido por delante quizá pueda ayudar a cambiar todos estos parámetros: el equilibrio entre acción y reflexión, el respeto a la labor intelectual de la política, el desplazamiento del poder desde quienes tienen el control burocrático de las organizaciones políticas hacia quienes tienen las ideas, y un largo etcétera.

En el ámbito de los rumores que van a rodear la transformación del PSOE de Pedro Sánchez, la posibilidad de que alguien tan brillante como Josep Borrell sea el próximo presidente del partido va justamente en esa dirección: la de colocar en espacios representativos y ejecutivos a personas capaces de transformar la realidad a base de ideas. En esa línea, y recuperando la fórmula platónica del diálogo como esencia misma de la mejor política en tiempos de convulsión, una de las innovaciones de todos los partidos debería ir en la dirección de sustituir los mítines por los debates. Para que los políticos escuchen más que hablen. Para que la gente entre en política por la vía de los hechos. Para que el marketing deje paso a la pedagogía sincera entre representantes y representados. Para que se oiga más a los que piensan que a los que gritan. Para que las ideas tengan, otra vez, el protagonismo que se merecen.