TPtasó la Semana Santa y volvimos a la taberna. Ahí están los dos partidos políticos extremeños que tienen la responsabilidad y la obligación de gobernar los asuntos que interesan a los ciudadanos y, en lugar de estar en el despacho trabajando, se enredan en los mostradores y se pasan la vida en una pelea a la que quiera Dios pongan fin cuanto antes. El asunto ha llegado a un punto en que ya no se trata de recordar quién fue el primero que tiró la piedra; quién fue el que le contestó utilizando una honda; quién respondió con una escopeta de balines; quién... Ese es precisamente el discurso que hay que evitar porque conduce a volver a empezar y a parapetarse en "es que aquél me dijo..."; "pero cómo me voy a callar si el otro me insultó diciendo...?" Se acabó. Quiero decir: debería acabarse. Cuando éramos niños y nos peleábamos en la calle, el primer adulto que pasaba nos separaba y nos mandaba a cada uno para su casa. Pues bien, la política extremeña parece muy necesitada de ese adulto por el propio bien de los contendientes. Porque el descrédito al que pueden llegar tal vez se lo merezcan ellos porque se lo han labrado, pero los extremeños, no. A los extremeños les interesa saber por qué sube el paro; cómo va a ser la educación de sus hijos; su atención sanitaria; la mejora de las carreteras por las que transita; la limpieza de las calles; el botellón; la inseguridad; la vivienda... En fin, cosas de poca importancia: nada menos que la gestión de sus intereses como ciudadanos. Es preocupante --para los que lo han hecho debería ser también sonrojante-- que se levanten acusaciones que sólo se sostengan en un libro que, tras leerlo, se llega a una conclusión: la industria de la imprenta es admirable, porque cumple escrupulosamente tanto en el excelso trabajo de imprimir el Quijote como el de --¿llamémosle simplemente menos excelso?-- Memorias de un comunista y El dinero. El poder de los tiranos . Se trata de dos obras que no resistirían, ni siquiera ortográfica y gramaticalmente, un análisis de un alumno de Primaria. Pues bien, alguien, primero del PP y luego del PSOE --y ese alguien son políticos con trienios, elegidos democráticamente y cuya gestión ha sido repetidamente refrendada por los ciudadanos con su voto-- le hace caso a esos libros y los coloca en el centro del debate y en garante de una acusación de corrupción. ¿Es serio esto? ¿Se busca con ello sanear la vida política? Yo creo que no. Estoy por apostar que de esta pelea de taberna no saldrá nada de luz. Sólo tiempo perdido y el estupor de la gente.

También es preocupante que, con este episodio, se ponga de manifiesto la escasa confianza que tienen nuestros dirigentes en el ordinario funcionamiento de las instituciones democráticas. Si lo tuvieran, nos hubiéramos ahorrado esta versión tabernaria de hacer política que se ha impuesto en las últimas semanas. Porque el asunto de la corrupción salta a los medios de comunicación a raíz de que el presidente de la Junta dijera que algo huele a podrido cuando el concejal del Ayuntamiento de Badajoz Alejandro Ramírez del Molino tiene que levantarse del Pleno en el que se aprueba el Plan General de Ordenación Urbana, porque una parte de él le afecta. El aludido, en un tono más cansado y pesaroso que crispado, da una rueda de prensa defendiendo su honorabilidad y su actuación. Pues bien, esta polémica podía haberse quedado aquí si nuestros políticos simplemente confiaran en las instituciones que representan. Porque el Plan de Ordenación Urbana del Ayuntamiento de Badajoz, para que pueda ser finalmente aprobado y entre en vigor, tiene que ser revisado por la Junta de Extremadura, teniendo la oportunidad en ese trámite de hacer las indicaciones, las correcciones, las censuras que en derecho crean corresponderle, incluida la parte del plan que afecta al concejal Ramírez del Molino. Y el Ayuntamiento, a su vez, podrá recurrir si no lo considera ajustado. Es el estado de Derecho. Para eso sí están los tribunales de Justicia y no para presentar denuncias cruzadas sobre declaraciones de unos y de otros, que terminan en el sobreseimiento,--ya fue sobreseído el propio constructor que insinuó la corrupción del 5% cuando se le llevó ante el juez--, que es la elegante forma de decir los jueces a los políticos que diriman sus asuntos en otro ámbito.

¿Será posible que nuestros dirigentes salgan de la taberna y entren en sus despachos, a gobernar o a hacer oposición, que también es gobernar? Veremos.