A mí lo que me preocupa de casos como el de los insultos a Inés Arrimadas en redes sociales, no es tanto la dureza de los jueces al castigarlos o la trascendencia política que puedan tener, sino cómo es posible que en una sociedad democrática moderna alguien pueda pensar y escribir esto: «Sólo puedo desearle que cuando salga esta noche la violen en grupo porque no merece otra cosa semejante perra asquerosa».

Resulta difícil comprender que una persona pueda desear a otra que la violen en grupo, pero aún más complicado es asumir que quien lo piensa no sea capaz de contar hasta diez; y aún más difícil es aceptar que, además de pensarlo y no ser capaz de reflexionar sobre ello, pueda dar el paso de escribirlo y publicarlo.

Sería solo una anécdota, sino fuera porque comentarios parecidos aparecen a diario por miles en la Red, y porque el odio que hay detrás de ellos comienza a trasladarse incluso a líderes políticos que tienen la obligación de construir convivencia democrática. Finalmente, no sé si como causa o como consecuencia de todo lo anterior, cada vez son más habituales las agresiones verbales y físicas entre particulares (de pacientes a profesionales sanitarios, entre menores de edad, de hijos a padres, entre jóvenes por la noche, de padres a profesores, entre aficionados al fútbol, etc., etc.).

Ya he tratado en algunos artículos el aumento de la violencia como un síntoma preocupante. Solo la vemos reflejada en aquellos valores que se miden con más rigor (la de género y doméstica, por ejemplo), pero su gravedad global se nos está escapando: llegará a verse en los datos macro cuando sea ya un fenómeno difícil de atajar.

Pero hoy me quiero ocupar del odio que hay detrás de esa violencia, ese sentimiento humano que lleva a quien lo siente a desear el mal ajeno o a propiciarlo directamente. La Fiscalía ya alertó el año pasado que desde 2015 a 2016 se había producido un incremento del 147% de los delitos de odio en la Red, y no es difícil encontrar información sobre el aumento de este tipo de delitos contra las personas sin hogar, los inmigrantes, por razones de género o por cuestiones políticas.

Pero, ¿por qué? No deja de ser frustrante que los gobiernos y las administraciones cuenten cada vez con más información, e incluso la compartan con la ciudadanía con creciente transparencia y, sin embargo, apenas existan evaluaciones y análisis en profundidad de esos datos.

La complejidad del asunto —y su lenta evolución durante las últimas décadas— imposibilita que en este pequeño espacio podamos agotar el origen multicausal del incremento del odio social. Pero en mi opinión hay algunas cuestiones muy claras.

En primer lugar, la crisis económica más dura del último siglo. Esta situación, por su profundidad y su duración (una década ya) está abriendo aún más la brecha de la desigualdad que estaba sin suturar en nuestra sociedad, y que ahora ha adquirido dimensiones gigantescas. En el mundo de la abundancia de información y la instantaneidad de su manejo, es cada vez más difícil explicarle a la gente que existen fortunas de 70.000 millones de euros —que ni cien generaciones de la misma familia podrían gastar— mientras hay personas que han trabajado duro toda su vida y tienen que vivir con una pensión de 500 euros mensuales.

Segundo, la crispación política creciente, que comenzó en la década de los noventa por la frustración del PP y de IU al no poder acabar fácilmente con las mayorías absolutas de Felipe González, pasó por el durísimo enfrentamiento a costa del 11-M (duró casi cinco años), y que se ha incrementado con la fragmentación parlamentaria tras el nacimiento de Podemos y Ciudadanos, y por conflictos tan graves como el intento de secesión en Cataluña.

La tercera causa es un sistema educativo alarmantemente fallido, que no ha sabido inculcar en los jóvenes los valores fundamentales de ciudadanía. La cuarta (primera, por orden de importancia), que el neoliberalismo hegemónico ha impuesto el individualismo sobre el bien común y la idea de consumidor sobre la idea de ciudadano.

El odio es el germen de la violencia. Y la violencia el germen de la destrucción social. Es urgente que se den pasos en la dirección contraria a la que vamos.