Hemos pasado del rollo de la 'posverdad' (la apelación bastarda a las emociones por encima de los hechos) a la 'poscensura'. Aunque quede mucho por hacer, poco a poco conseguimos generar al mismo tiempo una sociedad más libre, más igualitaria, pero también más fácil de escandalizar. Qué paradoja más horrible. La cosa se está poniendo de tal manera que es prácticamente imposible hacer un chiste sin molestar a alguien. El que se sale del discurso oficial de alguno de los múltiples bandos es lapidado de forma inmisericorde.

Y hay temas especialmente sensibles con los que te lo tienes que pensar mil veces antes de emitir una opinión, ser un poco ácido o simplemente reírte, ese gran placer inigualable. Las mujeres, los homosexuales, el nacionalismo español y el ‘periférico’, las hordas del fútbol, los derechos de los animales, los derechos de los aficionados a los toros, los derechos de los aficionados a la numismática... Sin embargo, siempre he creído que si no te tomas muy serio a ti mismo, como intento hacer siempre, estás bastante legitimado para sacudirle fino a los demás. No siempre sale bien, claro. El auténtico problema está en la violencia real, en los que abusan con impunidad en los colegios, en los trabajos, en las casas.

No digo que tenga que haber barra libre para menospreciar las ideas de cualquiera, pero sí que hay que relajarse un poco más. No hemos llegado tan lejos (por mucho que digan, vivimos un tiempo mejor que ninguno en casi todos los aspectos y caminamos hacia otro mejor todavía) como para que el precio sea medir con regla cada palabra. ¿He dicho «regla»? No, no me refería a vosotras, eh…

Al final te tiene que dar todo igual, porque si no, no vives, no hablas, no respiras. Ya lo apuntó claro ese gran pensador llamado Cristiano Ronaldo: «foda se». Oh, vaya, lo he vuelto a hacer. Pero no importa. Que les jodan.