Al menos un pronóstico sobre la posible evolución de los precios en España se ha cumplido: es muy probable que el IPC del mes de marzo sea de --0,1%; es decir, por primera vez en décadas, los precios de bienes y servicios en su conjunto habrán sido ligeramente inferiores a los de febrero. Así lo pone de manifiesto la cifra que el último día de cada mes envía el Instituto Nacional de Estadística a su homónimo europeo, el Eurostat, y que da una estimación global de precios españoles --que se confirman 15 días después-- para calcular el IPC armonizado de los países que integran la eurozona.

Pese a que no se conoce qué grupos del IPC han sido los que más o menos han variado --arriba o abajo-- de precio, no es difícil intuir que esa décima negativa se sustenta, sobre todo, en la caída general del consumo y la contención de los precios energéticos vinculados a los carburantes. Que tarde o temprano se iba a entrar en esa zona desconocida de caída de precios no era muy difícil de establecer y había coincidencia de los especialistas. Basta con ver la evolución a la baja de los precios del barril de petróleo que se ha registrado a partir de agosto del 2008, tras una escalada sin freno desde septiembre del 2007, que lo llevó a triplicar su precio en menos de un año. Por tanto, hasta que no se incorpore todo ese diferencial en el IPC habrán de pasar meses.

Pero debería tenerse en cuenta otro indicador que va vinculado al IPC y que ayuda a afinar todavía más: la inflación subyacente, es decir, la que descuenta precios más variables como los alimentos frescos y otros que constituyen lo que se llama la cesta de la compra. Esta cifra, que indica la tendencia de los precios a medio plazo, se encontraba en el 1,6% en el mes de febrero. Es decir, baja, pero en parámetros positivos. Visto así, podríamos decir que lo que estamos viviendo es más una desinflación que una deflación. Y no se trata de un juego de palabras: una cosa es que se reduzca la inflación, que es en lo que estamos, y otra entrar en deflación, que sería mucho más grave porque sería un síntoma de la gravedad de la atonía de la economía. La caída del consumo hace reducir los precios, como ya se nota en el sector alimentario y de restauración. Pero es aún pronto, como proclama la oposición --PP y CiU-- para decir que se ha entrado en deflación. Otra cuestión es que ese riesgo no sea descartable si se le relaciona con la profundidad de la recesión.

Evitar la deflación no es competencia del Gobierno porque requiere políticas monetarias que dependen del Banco Central Europeo. Lo que sí es exigible es que, en el seno de la UE, España sea más activa en reclamar políticas de mayor solidez para recuperar la senda del crecimiento, el mejor antídoto contra el remoto riesgo de deflación.