Vivimos de vorágine en vorágine. De salto en salto por esta vida que nos ha tocado vivir, valga el tópico ahora que llega el grueso de las fiestas. Nos gusta, creo que a una gran mayoría, que el calendario se altere y, de aquí a Reyes, todo sea una sucesión de celebraciones, parabienes, disfrute y, por qué no decirlo, añoranza de quienes se fueron y ya no están con nosotros. Quizá les aburro si les cuento que esta semana que empieza será la penúltima para celebrar cenas de empresa, que la siguiente estaremos con la zambomba en Nochebuena y la posterior, despidiendo este año impar para dar la bienvenida a un año de Mundial. Sí, porque habrá Mundial en junio en Rusia y, eso, la verdad, lo cambia casi todo para los muy futboleros.

Pronto, muy pronto, habrá también que espabilar con los Reyes, que los precios suben y los regalos escasean. Estamos mejor, sí que se nota, porque parece que la alegría de estas fechas es contagiosa. Alguien las odiará. Es comprensible. Son una burbuja, tan real como que el segundo fin de enero las calles estarán casi vacías y las luces se habrán apagado. Tan verdad como saber que lo único valioso son nuestros seres queridos, llegar bien a fin de mes y que el trabajo no nos pueda la vida.

No he nombrado la palabra Navidad porque solo la entiendo para los cristianos. No he querido empezar la fiesta porque de eso nos va a sobrar, tanto, que acabarán conociendo los excesos. Está bien romper la rutina. Es un buen ejercicio para darle al cuerpo lo que se merece. Cómo es la vida, que a veces hasta cambia… Bienvenidos al otro carnaval, bienvenidos a la cuenta atrás. Prepárense para lo que viene, que no es poco.