WUw n año después de las elecciones generales que brindaron al presidente José Luis Rodríguez Zapatero su segunda mayoría simple, el balance presenta más sombras que luces.

El súbito cambio de ciclo económico, el violento tránsito de un notable crecimiento del PIB a una recesión sin fecha de caducidad conocida, la sustitución del superávit presupuestario por un creciente déficit y la incesante escalada de la cifra de paro han marcado el arranque de una legislatura que el presidente Zapatero inauguró, como en campaña, relativizando las adversidades financieras e incluso negando una crisis que ha acabado por arrollarlo.

Que lo mismo les haya sucedido a los mandatarios de todo el mundo no es suficiente consuelo.

El sabor agridulce de la victoria electoral del 9-M --que dejó al Partido Socialista lejos de la ansiada mayoría absoluta y al Partido Popular, reconfortado por una derrota menos severa de la temida-- ha impregnado la ejecutoria del presidente Zapatero, privado en el Congreso de unos respaldos parlamentarios de los que anduvo sobrado en su primer mandato.

Y se ha agudizado tras las elecciones del pasado día 1 de marzo, con la dolorosa pérdida para el PSOE de la Xunta de Galicia y una endiablada aritmética parlamentaria en Euskadi que no le deja otra alternativa que desbancar al PNV de Ajuria Enea, aun a costa de perder su apoyo en Madrid.

El descalabro gallego, la presión del socialismo vasco y la amenaza de una ofensiva españolista del PP si cede el poder al PNV estrechan hasta la asfixia el margen de maniobra de José Luis Rodríguez Zapatero.

La tarea de reconstruir los puentes de diálogo con sus antiguos aliados, por lo demás, se antoja en estos momentos toda una misión imposible. Las minorías de izquierdas, de las que primero se desmarcó y a las que luego engulló en las urnas, fijan un precio demasiado alto y no le bastan para completar su exigua mayoría. Y la negativa de CiU, aún dolida por la reedición del tripartito, será más inflexible cuanto más se aproximen las elecciones catalanas, previstas, a más tardar, para otoño del 2010.

Tampoco en el diálogo social hallan cura los males del Gobierno de Zapatero, que, por temor a una huelga general, ha fijado unas reglas del juego --ninguna reforma estructural sin el acuerdo de sindicatos y patronal-- que abocan su política económica al inmovilismo. Lo que, sumado al desgaste del equipo económico que encabeza el vicepresidente Pedro Solbes, presagia un largo calvario para José Luis Rodríguez Zapatero si no vigoriza pronto su Gabinete ni explora un entendimiento con el PP para hacer frente a la crisis.