Diputado del PSOEy escritor

A pesar de la nueva trinchera gubernamental que habla de catástrofe natural, el desastre del Prestige no lo ha producido la naturaleza sino, al contrario, ha sido contra ella. Contra la naturaleza y contra el trabajo y el sustento de muchos hombres y mujeres. Una agresión difícilmente soportable que no ha de quedar en el olvido, entre otras razones, para que salgan de los mares estos buques cuyo destino sólo puede ser el desguace. Pero este naufragio ha puesto en evidencia bastantes cosas más. La más grave de ellas, la debilidad del Estado español.

El Estado, entendido en su acepción moderna, siempre ha sido débil en España, pero tras la llegada de la democracia pareció que ese atraso respecto de Francia, Alemania o Reino Unido se estaba reduciendo. Y... en esto llegó el PP acompañado de su eslogan: "Menos Estado y más sociedad". Claro que se les olvidó consignar la frase completa: "Más sociedad anónima". Cuando no se cree en el Estado ocurre lo que ha ocurrido: que no se tienen ni confianza ni reflejos, pues se desprecia lo público por caro e incompetente y acaba uno yéndose a cazar, esperando que cambie el viento, incluido el mediático.

Ya estuvieran mal informados, ya se debiera a su propia incompetencia, la marea negra llegó y ahí sigue, martirizando en sucesivas oleadas la costa y dejando al Gobierno como un cormorán embadurnado, incapaz de levantar el vuelo. Caben pocas dudas de que detrás del absentismo gubernamental han estado ilustres representantes de esa plaga publicitaria que anega a la política, conocidos como "asesores de imagen", cuya sensibilidad moral suele ser equiparable a la de un mejillón contaminado.

A la falta de reflejos y de recursos se ha venido a unir en este maldito caso el estilo PP, que consiste en echar balones fuera, negar la evidencia y buscar en otros pagos las responsabilidades que son propias.

Aplicar la plantilla precocinada, encaje o no, venga o no venga a cuento. Así, ha salido a relucir el GAL y la famosa deslealtad en la que incurre quien se atreve a criticar a este Gobierno, pero, por una vez, el martillazo no ha acertado con el yunque y se han golpeado de lleno en sus propias gónadas.

Negando la marea, dejando pasar casi un mes antes de enviar al Ejército, huyendo de la quema, el Gobierno ha hecho algo más que el ridículo, ha puesto en evidencia su condición pasota. Pero la política es una actividad exigente y, por ejemplo, ordena que se debe dar la cara, corriendo el riesgo de que se la partan a uno. Es un desahogo necesario que el político está obligado a otorgar, sea o no justo el palo que reciba, pues en caso contrario la frustración se acrece y las consecuencias suelen ser funestas. Sabemos por Antonio Mairena que es más fácil colocarse au dessus de la melée que estar a la altura de las circunstancias, pero de lo que no advirtió el maestro andaluz fue de los riesgos que comporta el colocarse en las alturas del Olimpo, lo cual suele traer derivas desagradables, sobre todo cuando te bajan del pedestal a empellones.

Tras cualquier catástrofe, y más si no es natural sino provocada por la incuria, la sensación inmediata que sienten en sus cabezas y en sus corazones los directamente afectados es de impotencia y de soledad. Y si el Estado no sirve para atemperar estos humanos sentimientos, ¿para qué sirve, entonces? Por eso había que estar allí, hubiera o no fotógrafos.

La contraofensiva mediática iniciada al alimón por Aznar y por Fraga el lunes día 9 responde, pienso yo, a una concepción conspirativa, aquella que atribuye a los medios poco afines la causa de los males políticos. La canallesca puede manipular, es cierto, pero no se inventa el fuel que emponzoña la mar y destroza las costas.

No poseo ninguna bola de cristal que me permita predecir el futuro, tampoco el electoral, pero me malicio que esta costumbre de negar la evidencia (tampoco hubo huelga general, ¿recuerdan?) no traerá buena cosecha para los intereses del PP. Mas, sea como sea, recurriendo a la letra pequeña (que suele ser la más interesante) de las encuestas ya publicadas, el chapapote ha traído consigo un claro deterioro en la confianza que los ciudadanos otorgan a la política en general, y ello es más grave que cualquier cambio coyuntural en las expectativas electorales de unos y de otros.