TLta primavera huele a cena de COU, a mirada furtiva en el espejo del ascensor antes de retocarse los labios, encender un cigarro prohibido y lanzarse a la calle a comerse el mundo. Luego, el mundo acaba por comerte o por intentar hacerlo, pero ha empezado la noche y las horas se extienden como un regalo envuelto en papel brillante. Por lo pronto, los días se han hecho más largos, las mangas se han vuelto más cortas y el aire huele a flores de nombre desconocido. Los parques se han llenado de niños, los bancos, de adolescentes, y hasta los mayores se atreven a salir con sus pasos lentos para celebrar que han sobrevivido al frío y a la lluvia. Sucede cada año, pero también cada año nos parece nuevo. Y milagroso. Hace nada no podíamos salir a la calle y ahora es la calle la que nos llama, con sus terrazas dispuestas para la conversación y sus mil sucesos cotidianos. Cada abril, el calendario se llena de actividades al aire libre que viven bajo la zozobra de las nubes. Libros, imágenes en procesión, concurso de tapas, carreras, bicicletas y romerías celebran que hace sol y estamos vivos. Que cada uno busque el significado oculto que quiera, la razón última, la explicación profunda de esta exaltación de la vida. A lo mejor todo es tan simple como que hace buen tiempo y hemos sobrevivido a los días grises y las tardes mínimas. A lo mejor todo es tan simple como que huele a cena de COU, y hay que salir para comerse el mundo. Luego, el mundo acaba por comerte o por intentar hacerlo, pero ha empezado la noche, las horas se extienden como un regalo envuelto en papel brillante y el amanecer queda muy lejos, todavía.