La felicidad parece un jardín prohibido. Baste querer saber cómo está el mundo en sus continentes, sus políticos, las políticas puestas en marcha, las reacciones violentas rápidas o lentas como las guerras que duran años, sus consecuencias, el hambre, los disparos inesperados o sus contrarios, las historias familiares, fraudes, sangre derramada en una acera vecinal, los accidentes naturales o provocados o, simplemente, la complejísima y costosísima instalación de una falta de trabajo internacional abatiendo lentamente a millones de fatigados individuos. Tantas crisis de tantos elementos. Pero los pájaros pían primorosamente.

Extraordinarios, pero considerado ordinario este suceso que ocurre diariamente esté el tiempo como tenga a bien o mal estar, a casi cualquier hora, ajenos aparentemente en su paz primaveral a nuestros ríos de lágrimas, las húmedas o las secas, a los corazones infames, a las cabezas altas y a las cabezas bajas, a las mujeres bonitas o no, a los sueños presentes o futuros. Cantos precisos y preciosos, premios, propinas.