ETA pretende cada verano ganarse primeras páginas y estar presente en las conversaciones de todo el mundo cometiendo sus fechorías entre gente que acude de vacaciones a la costa española. Este año parecía que su capacidad de actuación iba a limitarse a la zona más próxima a Euskadi, como demostró el atentado contra la casa cuartel de la Guardia Civil de Burgos, a finales de julio. Sin embargo, la banda ha ido más allá y también ha atentado en Mallorca, donde ha asesinado a dos guardias civiles y ha intentado causar más víctimas colocando bombas en varios locales de Palma. No se ha cogido a los culpables, aunque en apenas unos días la cooperación de las policías francesa y española ha propiciado la detención de tres etarras y el descubrimiento de una docena de escondites de armas y material explosivo diseminados por los montes del sur de Francia. Si a ello añadimos la sólida decisión política del lendakari Patxi López de arrinconar a quienes defienden las opciones violentas, vemos que algo más se ha movido en la lucha contra el terrorismo etarra.

En la lista de cuestiones pendientes de mejora en el combate contra ETA hay un hecho que no se ha tenido en cuenta: el desánimo de los guardias civiles de Palmanova, que, tras perder a dos compañeros por la explosión de una bomba adosada a su vehículo, ven cómo siguen sin contar con la protección --cámaras e inhibidores-- que en su día podría haber dificultado la labor de los asesinos. Entonces existía un riesgo remoto, como el que amenaza a la mayoría de instalaciones policiales en España, pero ahora, si ya se ha atentado, las precauciones deberían ser otras. Y no se han tomado. Ni en Palma ni en Burgos.