Aunque los foros internacionales, de acuerdo con una ortodoxia librecambista, propugnan un orden económico globalizado como la mejor forma de incentivar el desarrollo económico y el progreso de los pueblos, en los momentos actuales determinadas ideologías están auspiciando políticas comerciales de claro signo proteccionista. Este neoproteccionismo económico obedece a distintas causas. Sin duda la principal es el auge que están alcanzado los brotes nacionalistas y los movimientos populistas, auspiciados por la lábil excusa del retroceso del estado de bienestar.

Estas viejas ideas emergen revestidas con formas no muy diferentes de las que ya se vivieron en los años treinta del pasado siglo a raíz de la Gran Depresión, si bien ahora se manifiestan de forma más sofisticada. En los países más desarrollados, las presiones proteccionistas se derivan principalmente del desempleo y del temor a los movimientos migratorios motivados por las guerras, el terrorismo y los desequilibrios sociales y económicos.

ESTADOS UNIDOS sigue siendo el espejo donde se miran casi todas las democracias occidentales. A pesar de ser históricamente un ejemplo de libertad, tolerancia y acogida, la elección de un presidente populista ha despertado un afán proteccionista y nacionalista que, sin ningún género de duda, va a extenderse por el resto del mundo. Y así, en la misma Europa, ya pululan proclamas proteccionistas que contradicen los principios que inspiraron el nacimiento de la Unión Europea.

Hemos de tener presente que las restricciones arancelarias, establecidas de forma directa o mediante métodos más sutiles, acrecientan las dificultades para el comercio, lo que puede conducirnos a una autarquía económica que nos hará más pobres, con un mayor impacto negativo en los países menos industrializados.

Pero si esta previsible pérdida de libertad económica puede desembocar en unas relaciones comerciales menos competitivas y más ineficientes, todavía pueden ser peores los efectos sociales. Los nacionalismos y las corrientes políticas que impulsaron los movimientos populistas del siglo pasado nos llevaron a los mayores fracasos sociales que puede vivir la humanidad: dos conflictos bélicos mundiales y una posterior guerra fría.

La democracia se apoya en la libertad. Democracia y libertad son valores interdependientes y complementarios. Son componentes insustituibles en el funcionamiento de cualquier sistema político que aspire a alcanzar el bienestar de sus ciudadanos. La democracia y la libertad favorecen el pluralismo y permiten la alternancia en el poder de los diferentes partidos. En el ámbito internacional, las potencias más democráticas siempre han vivido bajo el prisma del respeto, la tolerancia y la colaboración, en tanto que el proteccionismo, la autarquía económica y los nacionalismos siempre nos han conducido a situaciones de infaustos recuerdos.

* Catedrático de Derecho Mercantil