Noticias como la de la madre francesa que asesinó y congeló al menos a tres de sus hijos, o la de la alemana que asesinó y enterró en su jardín a varios de los suyos nos indican que el ser humano es capaz de cualquier atrocidad.

¿Es posible evitar estas situaciones? Siempre que surgen conflictos graves solemos mirar hacia el proceso educativo como medio para evitar situaciones similares en el futuro. Y lo hacemos con esperanza. Pero también deberíamos hacerlo con sensatez. Y poner realmente los medios.

La raíz del problema está en la aceptación de la realidad del hijo como un ser independiente del padre y de la madre. Un ser que tiene sus derechos, entre los que se encuentran el derecho a nacer de una relación amorosa de sus padres; el derecho a ser engendrado en la intimidad de esa relación que será la garante del respeto a su individualidad; el derecho al respeto de su integridad física --lo cual implica que cuando se le engendra, no en tanto cuanto puede ser útil para un experimento--. Es decir, el hijo no es una cosa que se tiene porque se tiene poder adquisitivo y que cuando no me interesa la puedo destruir o me puedo deshacer de ella.

¿Realmente la sociedad exige a los educadores que transmitan estos conceptos a los jóvenes que acuden a los centros educativos?

M. Paz Alonso Gutiérrez **

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