El sentido fundamental de la Pascua (semana santa, fiesta principal del cristianismo), para la que suscribe, es quitar cruces. Y me sorprende que todavía se dediquen estas fechas para ensalzar la cruz más que para dar importancia a lo que viene (o habría de venir) después de la cruz. La resurrección, la liberación. Lo bello de lo que se celebra estos días no es que a un señor llamado Jesús lo crucificaran hace dos mil años, sino que en la crucifixión no acaba todo, porque tras ello viene la liberación. Pero, no, no me refiero a la vida después de la muerte, sino a la vida después de las cruces, del sufrimiento, de la opresión, de las injusticias...

Lo que celebramos (lo que yo celebro al menos) no es el sufrimiento, la muerte, la tortura, la resignación, el miedo... lo que celebramos es que esa muerte y ese dolor no tienen (no habrían de tener) la última palabra y hemos de hacer lo posible para que no la tengan. El símbolo de la resurrección es que la cruz no tiene la última palabra y Jesús se deshace de su cruz (¿le ayudan a deshacerse de ella?). Y quizás lo que nos tendríamos que preguntar es si nosotros nos dedicamos a quitar cruces, las nuestras y las de los demás. Jesús fue crucificado por el poder opresor porque defendía a los oprimidos, a los marginados, porque luchó contra la injusticia, porque se juntaba con quienes eran despreciados por las instituciones, por saltarse las reglas y el clasismo religioso, étnico, social y económico... por amar y quitar cruces.

Y si no nos dedicamos a la liberación y a la lucha contra las opresiones y la injusticia, y a sembrar alegría y valentía, pues no sé qué sentido tiene la semana santa... Si creemos que el sentido de esta vida es estar amedrentados y resignados para lograr una plaza en lo que venga después, apaga y vámonos... ¿Por qué no nos dedicamos mejor a hacer lo posible, con gozo, con coraje y sin cadenas, para que la plaza de la que todos disfrutamos aquí y ahora sea digna? Me gustaría sembrar esperanza y liberación, quitarme las cruces y alienaciones que me impiden crecer, y trabajar para que los demás también logren descargarse de sus cruces, sufrimientos, opresiones, indignidades... Contemplar pasivos y resignados lo que ocurre en Gaza (matanzas de civiles), Congo (masacres, violaciones, explotación, enfermos de sida olvidados...), Colombia (violaciones de derechos humanos), México (mujeres violentadas y asesinadas), Afganistán (miseria y lapidaciones) o Estados Unidos y España (paro, pobreza, inmigrantes perseguidos, violencia machista...) es estar a favor de la muerte y no de la vida. Y negarnos a poner los medios para que se erradiquen esas injusticias e inhumanidades es pretender (¿querer?) que la gente siga (y nosotros sigamos) crucificada y negarnos a que puedan/podamos resucitar y liberarse/liberarnos.

En este sistema neoliberal parece que la muerte y las injusticias tengan la última palabra y que nos hayamos convertido en una panda de tristes y resignados a sobrevivir en un valle de lágrimas.

Pero no, ni este sistema es el menos malo ni es designio de dios, ni esto es un valle de lágrimas ni hemos nacido para pasar por la vida de crucificadores y crucificados. Hemos nacido para gozar, todos, de esta hermosa pradera.