Mi paisano Federico Usías no es el típico bicho raro que aún anda sin móvil porque quiera echarle un pulso al avance tecnológico y huya del acoso de artilugios, sino porque nació agarrado y llora de pena cada vez que se le escapa un euro del bolsillo. Es de los que prescinden de todo lo que no sea rigurosamente necesario y cueste dinero, aunque tiene ordenador portátil porque se lo regalaron, y la suerte de que justo a su lado vive un jubilado que se conecta a internet con ruter inalámbrico, y el amigo Federico, como buen oportunista, se alimenta tan ricamente de la banda ancha del incauto veterano.

Federico sabe de antenas intrusas como esa que le facilita internet por la cara, o antenas como la que le ayuda a sintonizar el transistor que alimenta con pilas alcalinas de a 2 euros el paquete de 8, o la comunitaria, gracias a la que ve todos los canales de TV que no sean de pago. Sin embargo no sabía que existía un tipo de antena que sirve para hacer posible la conexión entre teléfonos móviles. El caso es que una compañía de telefonía ha ofrecido a su comunidad una sustanciosa cantidad por mantener en la cresta del edificio el mástil telefónico, y Federico y la mayoría de los vecinos han abierto los ojos como platos al creer que la comunidad recibirá mucho dinero por el artilugio. Pero hete aquí que su vecino el internauta ha llamado a su puerta y le ha rogado que firme un documento para que no instalen la antena, alegando que estas antenas emiten radiaciones electromagnéticas muy perjudiciales para la salud y otras tantas argumentaciones desfavorables propias de un sabio catedrático. Federico, en principio ha pensado más en el dinero que en la salud y se ha negado a firmar, hasta que el veterano internauta le ha dicho: "Siento comunicarle que si se coloca la antena, yo me iré del bloque y usted perderá su conexión a internet". Federico se ha dicho que más sabe el diablo por viejo que por diablo, y ha firmado en el papel.

*Pintor.