Esta columna versa sobre el estado financiero (actual) de las cosas por nuestro país. Primer aviso. A estas alturas de julio, cuando agosto llama a voces que se acerca, las mentes ya están para pocos trotes y las maletas casi preparadas. Quien menos, descuenta los días que restan para las anheladas vacaciones como un jubiloso preso tachando condena tiza en mano. Hay que ser un impertinente para estropear el nirvana prevacacional instalado para anunciar malas noticias. Pues allá voy... segundo aviso, anoto. Y, total, si ya he abierto la puerta de venir aquí a tocar las narices, sumarte un par de pecados más por el camino tampoco van a agravar la situación (y reconózcalo, ya anda usted algo intrigado, ¿eh?). Pues ahora viene la pizca de soberbia que tiene la frase del "yo ya avisé". En esta misma columna, conté en septiembre de 2013 ("Paisaje para después de una batalla" en este mismo periódico) que lo que venía era una escalada de buenas noticias económicas, una sensación de recuperación y la tímida apertura del crédito. Todo ello iba a crear un estado de creencia en que los nubarrones financieros que se cernían sobre el país comenzaban a ser cosa del pasado. Y que la acción política estaba dando ya sus calculados frutos.

Pero no es así. Verán: la crisis que nos acompaña desde 2007 ha mutado de forma pero definitivamente no se ha ido. Las medidas diseñadas para dar respuesta a cada una de las distintas maneras en las que ha atacado la crisis, de hecho han provocado la siguiente. Han existido tres etapas distintas en este descenso a los infiernos financieros. Primero, en la etapa 2007-2008, fue el "pánico bancario": se descubrió el agujero en las entidades por culpa de las operaciones de crédito de dudosa recuperación (subprime en USA, por aquí el alocado dinero en el sector inmobiliario) y eso significó que los bancos admitieran que existían importantes huecos en su balance, o lo que es igual, en su solvencia. La solución (parche) fue inyectar dinero a espuertas y trasladar el riesgo de bancos a gobiernos, de lo privado a lo público. Segundo, durante los años 2011-2012, el terremoto se desplazó precisamente a la deuda pública.

CON UNOS países gastando por encima de lo recaudado y que además asumían más deuda que era anteriormente bancaria, los mal llamados ataques especulativos no eran más que una nueva forma de miedo: a que no se pudiera devolver la deuda generada. Esta fue la etapa de la crisis del euro, de la asunción de recortes y de aquellos momentos en los que la palabra de moda fue "rescate". La solución (parche) que se dio fue más dinero y una patada adelante a la deuda de los países. Ganar tiempo, vamos.

Y la tercera etapa se acerca ahora. Hay que dar respuesta a la bola generada con la deuda de los países y con todo ese dinero que se ha metido en la economía y que, sin embargo, se ha quedado en los mercados financiero y de deuda. Nuestros políticos parecen ignorar esto porque, de hecho, ni han previsto ninguna de las situaciones anteriores ni han propuesto soluciones a las mismas, ni por supuesto han puesto los medios para afrontar con más fortaleza la siguiente tormenta financiera. Y, entonces, ¿quién lo ha hecho?

Los mismos que saben que el final, aunque se vislumbre, no está cerca: los banqueros centrales. Ellos (ahora mismo, Draghi , Yellen , Carney , como antes Bernanke , Trichet , King ) ya están mandando señales, pero los gobiernos parecen ignorarlas. En concreto, en España está fallando en hacer las dos cosas que realmente podrían ponernos en camino de una salida definitiva: uno, rebajar de verdad el gasto público, y, dos, rebajar de verdad la carga de impuestos a la economía. Nada de eso, en 2014, se ha llevado a cabo.

La radiografía que se desprende al analizar la situación financiera no es halagüeña. Por un lado, con un perverso círculo, ya que la intervención del BCE provocó que bajaran las primas de riesgo y muchos gobiernos (entre ellos, España) pensaron que ya se habían corregido y se lanzaron a captar más dinero, es decir, más deuda. Por ejemplo, nuestro país, que contaba con una baja deuda pública en 2004, ya supera el 100% del PIB. Gran parte de esta "recuperación" viene por la enorme entrada de dinero extranjero que, por cierto, hay que pagar.

Y por ahí viene lo preocupante, si no reaccionamos y se recorta de verdad el gasto público, lo harán desde fuera. Si no impulsamos el consumo interno, no habrá empleo. Y las exportaciones no podrán salvarnos. Viene un otoño calentito. Tercer aviso.