Los periodistas que siguen estos temas dicen que Mariano Rajoy está tranquilo. Porque Pedro Arriola , su príncipe de los sondeos, le dice que sigue por encima de Rodríguez Zapatero y que eso es lo que importa. Esos especialistas no esperan, por tanto, que el presidente del PP se moje en lo que está ocurriendo en su partido en Valencia. Pero en el nivel de dirección inmediatamente inferior al suyo crece la inquietud, mientras los tertulianos conservadores entonan diariamente un coro de críticas cada vez más duras a su pasividad: hasta el punto de que algunos la han tachado de estulticia. Nadie diría que están hablando del hombre que debería echar a los socialistas de la Moncloa. Lo ocurrido en el pasado justifica en parte la confianza de Rajoy. Y es que en España la corrupción no ha decidido la suerte de las elecciones: hasta ahora, los votantes --no solo los de derechas, ya que Felipe González ganó en 1993 y a punto estuvo de hacerlo en 1996, con lo que entonces caía-- no han modificado masivamente su opción por ese motivo. Hay mucho conservador indignado con lo que lee estos días en los periódicos, pero la polarización está demasiado arraigada como para cambiar de bando por ese motivo. Esa norma podría quebrarse si lo del caso Gürtel va a mucho más. Y puede que entonces Rajoy se viera obligado a abandonar sus cuarteles de invierno. Pero para moverse en un terreno que ya no controla. Porque, y esto es más grave que la inquietud de los cuadros y la irritación de los tertulianos, está siendo desautorizado por algunos dirigentes. Lo ha hecho Francisco Camps mostrando que no está dispuesto a hacer lo que le pide Madrid. Hace unos meses, Esperanza Aguirre actuó de modo idéntico con lo de los espías. Y Antonio Basagoiti se acaba de subir al carro de los díscolos afirmando que es él quien decide la política del PP vasco. Si a eso se suma el amplio descontento interno por cómo se está llevando la oposición al PSOE --cualquier comparación con la alternativa económica que proponen los conservadores británicos sería ridícula--, habría que concluir que Rajoy es lo menos parecido a un serio aspirante al poder. Aunque en España nunca se sabe.