TCton las cautelas propias de quien sabe que matar es esencialmente fácil, se puede determinar que la organización terrorista ETA vive unos momentos de precariedad en su capacidad operativa. La secuencia de detenciones y de intentos fallidos de realizar atentados evidencia que los actuales asesinos tienen menos preparación que los que históricamente ha dispuesto la banda. Afortunadamente para todos, son una generación de recambio sin experiencia. Esa es la parte positiva de la observación sobre los movimientos de los terroristas desde el momento en que decidieron poner fin al llamado alto el fuego. La negativa es que siguen intentando desesperadamente actuar. Convendría, sobre todas las cosas, que la eficacia que están demostrando los cuerpos de seguridad españoles y franceses en la persecución del terrorismo generara una mayor confianza en que la solución para terminar con ETA es sustancialmente policial. Frente a tesis pesimistas y elementales que han determinado en los últimos tiempos la creencia de que el final del terrorismo debiera ser mediante un proceso negociador, lo que debiera imponerse es que una desarticulación profunda de la banda crearía las condiciones para una rendición en la que, si los restos del terrorismo fueran inteligentes, podría facilitárseles su disolución definitiva, pero siempre desde unas condiciones de debilidad que no les dejara otra salida.

El error en la forma de conducir el proceso de negociación radicó en permitir a ETA una posición de exigencia porque la organización terrorista, aunque enormemente debilitada, todavía no había interiorizado su derrota. Golpear al terrorismo con toda la fuerza de la ley, negar radicalmente cualquier pretensión política a su entorno y una alianza inteligente de todas las fuerzas democráticas es una receta infalible que solo necesita tiempo para asentarse, sobre todo ahora que el terrorismo, después de los atentados de Al Qaeda, no tiene ningún lugar en Europa donde pueda encontrar acomodo.