Y de pronto: Pedro Sánchez. Se confabularon los astros, las fuerzas políticas anti-Rajoy se pusieron de acuerdo y el PNV dijo sí. El PP fuera de la partida tras el anuncio de la marcha de su líder y la búsqueda de uno nuevo, Ciudadanos recomponiendo su estrategia volviendo a ser consciente de que tiene 32 diputados y no el aire que le insuflan las encuestas y Podemos con un enfado de mil demonios al no habérsele tenido en cuenta para la formación del nuevo ejecutivo y quedar diluido en la pócima que ha supuesto el resurgir del nuevo presidente. Así están las cosas, lo que supone resituar las piezas en el tablero de juego y plantear una nueva partida, la cual, a diferencia de lo que se pensaba inicialmente, no es efímera. Nos vamos a 26 meses de legislatura, tiempo suficiente para ganar o perder unas elecciones, con todo lo que ello lleva aparejado en los ámbitos autonómico y municipal.

Normalmente se ganan unas elecciones y después se forma un gobierno. Esta vez, Pedro Sánchez ha formado un gobierno para intentar ganar unas elecciones. El perfil cualificado de sus miembros y su anuncio a cuenta gotas y a través de filtraciones, ha supuesto una operación de marketing político muy efectiva. Tanto, que ha convencido a los más escépticos de su partido. El nuevo jefe del Ejecutivo ha construido un equipo con una muy fuerte presencia femenina, la más alta de Europa (11 de 17) y de una alta cualificación profesional. Pero, además, no ha desatendido ningún flanco, con guiños al electorado antiindependentista (Josep Borrell) y gestos al centro ideológico más propio de Ciudadanos (Fernando Grande Marlaska o Pedro Duque). Además, ha mandando avisos al Susanismo llamando a filas a una de sus consejeras (María Jesús Montero) pero también a su principal rival en Andalucía (Luis Planas). Finalmente, ha resituado su papel político, dejando claro a Podemos que no tiene cuentas pendientes y que este viaje piensa hacerlo solo. Digamos que Pedro Sánchez pretende aprovechar la iniciativa y la fuerza que le va a dar la actividad de gobierno para captar adeptos sabedor de que en el Parlamento no tiene nada que hacer. Su objetivo es gobernar, pero también extender su mandato lo máximo posible para así presentarse a los comicios de la mejor manera posible.

Aquí, en Extremadura, resituadas las fichas, ¿qué va a pasar? Pues hay que cambiar todos los frentes y consiguientemente las estrategias. Guillermo Fernández Vara vivía mejor frente a Rajoy. Todo hay que decirlo. Ahora tendrá que recomponer su discurso. Se queda sin enemigo a la vista en Madrid y toda su actuación deberá girar en torno a los logros en lugar de como hasta ahora que lo hacía en torno a denuncia de los incumplimientos. En este sentido, tareas pendientes acerca del tren, arrancadas al anterior Ejecutivo del PP e incluidas en los Presupuestos, le vendrán a las mil maravillas, pero toda demora en los plazos o variación en los planteamientos le acarrearán algún que otro quebradero de cabeza. No sabemos ya otras actuaciones, como la puesta en riego de Tierra de Barros, por ejemplo, paralizada por el Ejecutivo popular u otros incumplimientos manifiestos, aunque nunca hay que olvidar que gobernar en Madrid y también en Mérida siempre supone un plus de presencia mediática que bien administrada refuerza una candidatura.

El resto de partidos ganan en su acción de oposición. El PP se libera de ataduras y estrecheces sin Rajoy, exigiendo a Vara el mismo celo en su reivindicación que hasta ahora. No ha pasado ni una semana y ya ha empezado a hacerlo. Ciudadanos podrá agrandar su nivel de crítica, tras haber dejado de ser el sostén del gobierno de Rajoy, aunque deberá compartir espacio con los populares locos por hacerse un sitio en el centro derecha. Por último, Podemos podrá dejar de sentirse el amigo del PSOE. Rotos los lazos en Madrid, aquí también. No olvidemos que los podemistas dejaron pasar los últimos presupuestos de Vara hace apenas unos meses y digamos que se sentían incómodos en ese papel. Ahora puede asaltar el sector ideológico de izquierdas y tratar de conquistarlo tras el claro abandono de los socialistas por su acercamiento al centro.

En cualquier caso, descendiendo al terreno, queda todo un año para las autonómicas y municipales. Y doce meses en política es toda una eternidad, sobre todo si, como es el caso, no existen mayorías absolutas y los nuevos gobiernos requieren de alianzas o de pactos. Veremos en qué acaba todo esto.